Lanzados al mar
El penúltimo día de noviembre de 1978 fueron encontrados los cuerpos de 11 campesinos y 4 jóvenes en los hornos de Lonquén. Este hallazgo echaba por tierra la versión oficial de la dictadura, que aseguraba que los desaparecidos se habían escapado del país y que estaban por el mundo desprestigiando al Régimen Militar.
Pinochet sabía muy bien que los detenidos desaparecidos habían sido asesinados y enterrados en fosas a lo largo de todo Chile. Por esto, dio la orden de iniciar la “Operación Retiro de Televisores”, nombre en clave que se dio al desentierro de los cadáveres de prisioneros políticos para posteriormente lanzarlos al mar. Una forma macabra de encubrir las matanzas ocurridas tras el Golpe de Estado.
Luego de que la Mesa de Diálogo entregara una lista de 200 nombres con la supuesta ubicación de sus cuerpos, la esposa de Juan José Montiglio fue notificada de que había sido arrojado al mar, 200 millas marinas hacia el interior, frente a las costas de San Antonio. Sin embargo, a poco andar, se pudo comprobar la falsedad de la información, pues en ese listado aparecían personas que habían sido encontradas, por ejemplo, en el Patio 29 del Cementerio General de Santiago. Ese dato abrió una nueva arista en el caso. Es así que se designó a la magistrada Amanda Valdovinos como ministra en visita con dedicación exclusiva, para investigar los crímenes y desapariciones de personas en Peldehue.
En enero de 2002, casi 30 años desde ocurrida la matanza en Peldehue, la ministra Valdovinos logró localizar el lugar exacto donde se encontraba la fosa en que fueron enterrados Montiglio y otros 19 prisioneros, gracias a testimonios de lugareños y ex uniformados que colaboraron voluntariamente en la investigación. El remordimiento comenzaba a atacar las conciencias de algunos testigos de los crímenes.
Ahí quedó en evidencia que la “Operación Retiro de Televisores” no pudo ocultarlo todo. En el lugar se encontraron más de 400 fragmentos óseos esparcidos en una profundidad cercana a los tres metros. Entre ellos un fragmento de un talón.
Tras años de investigación, un análisis de ADN en un laboratorio en Austria logró determinar que ese fragmento de hueso correspondía a Juan José Montiglio, el “compañero Aníbal”.
En su búsqueda, los familiares de Aníbal fueron tras pistas que muchas veces terminaron en nada. Les dijeron que algunos prisioneros habían logrado escapar o que podía estar en una casa de personas que habían perdido la razón, en Puente Alto. Debieron esperar más de cuatro décadas para que finalmente esa fosa les devolviera los restos de su compañero, como si la tierra estuviera «gritando que no se pueden ocultar los crímenes toda una vida”, como dice con la voz entrecortada Alejandra Belvederessi, cuñada de Aníbal, mientras el hueso sobre la mesa del Servicio Médico Legal espera para poder por fin descansar en paz.
“Tengo que decir con mucha fuerza que no hemos encontrado al compañero Aníbal”, dice Lorena Pizarro Sierra, presidenta de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos a los pies del Memorial del Detenido Desaparecido y del Ejecutado Político, donde se le rinde el último homenaje a Montiglio.
“La historia hay que decirla con la verdad. Estamos encontrando fragmentos óseos de nuestros familiares y le rendimos homenaje y hacemos lo que debemos hacer y lo que ellos se merecen (…) Lo que está ocurriendo es un gesto de dignidad al jefe del GAP. Lo que está ocurriendo es un gesto de amor profundo de la familia de Aníbal de despedir al compañero, al padre, al abuelo.”, dice Pizarro.