Fuimos el primer grupo de ese local en salir a censar. Con nuestros portafolios en mano nos dirigimos a las viviendas. Freddy, mi supervisor, me acompañó hasta la primera casa donde tuve que realizar el cuestionario. Estaba nervioso, no sabía cómo iban a recibirme.
En la calle Sazié, toqué el timbre en mi primera casa.
– Hola, soy del censo
– Mi amor, nos vienen a censar, se escuchó mientras abrían la puerta.
Una pareja joven me recibió en pijama y me hicieron pasar.
Fue mucho menos incomodo de lo que pensé. Me respondieron con facilidad y amabilidad.
Casas a la antigua, hechas de adobe. Fachadas sobrias pero interiores profundos. Cuadras que parecían eternas, eran la tónica de mi jornada. Muchas personas de edad, emocionadas por el proceso cívico que se estaba realizando. Conversaciones sinceras y nerviosismo que iba desapareciendo con el paso de las horas. Así fue transcurriendo el día. Un edificio con siete departamentos no estaba en los planes. Por cada puerta censada recibí un amable saludo y hospitalidad. Censé 26 viviendas, muchas para ser sincero. Nunca antes había tocado tantos timbres.
Nueve extranjeros en una pequeña vivienda en la calle Abdón Cifuentes me respondieron con dudas el cuestionario; “la jefa de hogar” no sabía bien los nombres de sus compañeros. Según Estudios de Techo Chile un 30% de inmigrantes viven hacinados, escena que pude presenciar en parte de mi recorrido.
El tono del día fue la amabilidad de las personas, que sin duda hicieron que mi día, feriado para ellos y de trabajo para mí, fuera alegre y revelador. Una pareja de jóvenes encañados me recibió con cervezas, que sobraron de su carrete del día anterior, y no faltó la foto para las redes sociales, que sin pensar mucho accedí con una sonrisa. A las 5:30 de la tarde ya estaba listo para volver a mi hogar, luego de ordenar los cuestionarios y devolverlos en el liceo. Fueron 9 horas, 26 viviendas, y alrededor de 100 personas que conocí ese día. Historia que sin duda volvería a repetir; números que volvería a contar.