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Mamás a pesar de todo

En un país donde nacen cada vez menos niños y la maternidad se aplaza hasta edades que antes se consideraban límite, hay mujeres que, a los 40 o más, deciden intentarlo igual. V240 habló con tres madres que relataron sus procesos y sus historias sobre fertilidad, tratamientos costosos, riesgos médicos y un sistema que no siempre las acompaña.



Por Monserrat Carrión Salinas y Felipe Rivera Mesías | Ilustración: Violeta Irarrazaval 

11 de Noviembre de 2025

La mañana del miércoles 19 de junio de 2024, Claudia Villalobos despertó con la certeza de que su vida estaba a punto de cambiar. La noche anterior había caminado de un lado a otro por su departamento, con el gato siguiéndola: era la última noche en que serían solo los dos. Estaba tranquila. “Soy operada de los nervios”, dice. La habían citado en la clínica a las 11. Pasó seis horas esperando, rodeada de sus cuatro amigas, hasta que fueron a buscarla en una silla de ruedas. Al cruzar la puerta del pabellón, la calma se esfumó y una ola de nervios la recorrió. Estaba a minutos de cumplir un sueño: ser madre a los 43 años.

En un Chile que atraviesa un desplome histórico de nacimientos, su caso es parte de una minoría. En 2024, el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) registró apenas 154.441 nacimientos, la cifra más baja desde que hay registros: 11,3 % menos que en 2023 y 44,6% menos que en 1992. La tasa global de fecundidad se situó en 1,03 hijos por mujer, muy por debajo del umbral de reemplazo poblacional (2,1), cifra que permite que los nacidos reemplacen a los fallecidos. Claudia Villalobos pertenece al grupo de 40 a 44 años, que ese año aportó solo 7.960 nacimientos.

 

 

Y ahí está: León Villalobos, su hijo. Se mueve en su coche, guiado por las manos de su madre. La mira. Llora a ratos, buscando su atención. No se parece mucho a ella. Claudia es de tez y cabello moreno; él, rubio y de piel clara. Llegó al mundo por un camino distinto al habitual.

Ese camino comenzó mucho antes de aquel miércoles. 

Hace seis años, Claudia decidió congelar sus óvulos. Su ginecólogo le había advertido que su curva de fertilidad se acercaba al declive. A los 39 años, las probabilidades de lograr un embarazo natural caen por debajo del 50%. Enfermera de profesión, llevaba años viviendo para su trabajo. Primero en clínicas, hasta que el ritmo la agotó. Después, en la academia, en la Universidad de Santiago (USACh), donde llegó a ser jefa de carrera. La maternidad, hasta entonces, no estaba en sus planes.

Pero ahora su cuerpo tenía un tiempo límite para gestar, y quería aprovechar lo que quedaba. Su idea era clara: ser madre soltera por elección. Había llegado el momento de priorizar su vida familiar.

“El tema laboral no es compatible con la vida familiar, por ningún punto de vista. O sea, tú ejerces y avanzas en lo laboral, pero no puedes avanzar en lo familiar al mismo tiempo, porque eso te hace retroceder en lo laboral”, explica Claudia, mientras juega con León. 

Macarena Orchard, socióloga de la Universidad Diego Portales, concuerda con ella. “Muchas quieren estudiar, quieren trabajar, quieren viajar, quieren hacer cosas y quieren hacerlas antes de ser madres. En ese sentido, la maternidad es un objetivo que sigue siendo importante para muchas mujeres, pero quieren desarrollarlo en otro momento de sus vidas. Muchas alcanzan autonomía económica después de su etapa fértil. Por eso también se vuelve difícil ser madres”, añade.

Un año después de congelar sus óvulos, Claudia se preparó para iniciar una fertilización in vitro. Eligió un donante en un banco estadounidense, seleccionando rasgos como ojos, tez y pelo claros, y lo importó a Chile. Todo el procedimiento le costaría $25 millones de pesos, pero la pandemia postergó sus planes. Tras retomar su vida laboral y reunir los fondos, en 2022 volvió a intentarlo. Incluso renunció a su cargo académico y se tomó un descanso para bajar el estrés, aunque una fractura de coxis retrasó nuevamente el proceso.

Finalmente, en octubre del año pasado pudo concretar la transferencia. De los nueve óvulos extraídos, solo cuatro maduraron y uno resultó viable tras el proceso con el esperma adquirido. Era su única oportunidad: una sola semilla para convertirse en madre.

Y lo logró. Tal como lo había imaginado, su hijo nació y hoy lo describe con orgullo: “Tiene ciertas habilidades que otros niños no tienen. Tiene una motricidad fina súper buena. Aparte que físicamente es bien bonito. Eso lo pone dentro de otro espacio. Por eso elegí a alguien que fuera rubio. Yo dije: si no va a tener papá (…), que por lo menos tenga algo con qué defenderse. Y ser más rubio siempre es mejor que ser moreno”, dice Claudia. 

Pero no todas comparten el anhelo de Claudia por convertirse en madre a esta edad. También hay quienes, sin proponérselo, han contribuido a engrosar las cifras de natalidad en el país después de los 40.

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UNA GESTACIÓN RIESGOSA

Marcela Undurraga espera a su primer hijo a los 41 años. Dice que tiene miedo. No a perder el embarazo de alto riesgo que está viviendo. Tampoco a que su hijo herede el raquitismo hipofosfatémico, la enfermedad genética con la que convive desde niña y que le ha dejado con: baja estatura, deformidades musculoesqueléticas, náuseas, fatiga crónica, dolores musculares y articulares, además de baja presión y problemas asociados como déficit atencional. Su temor es otro: que nazca con una discapacidad cognitiva.

Nunca imaginó que sería madre y menos a esta edad. El verano anterior lo pasó entre conciertos, cumpleaños y eventos, tomando, fumando y comiendo chatarra. Luego comenzaron los malestares: dolores corporales, mareos y una fatiga persistente que atribuyó a su enfermedad. El año anterior había sufrido una descompensación propia de su condición, así que no le dio mayor importancia. Pero la duda creció. Compró un par de test de embarazo. Todos dieron positivo.

Los médicos consideran que, pasados los 35 años, un embarazo se clasifica como de alto riesgo. El doctor Cristián Jesam, especialista en fertilidad de la Clínica SGFertility, explica a V240 que estos embarazos suelen traer complicaciones como “síndromes hipertensivos del embarazo, diabetes gestacional, parto prematuro y todo lo que significa esto. También la mortalidad de las mamás y de los niños se dispara abruptamente después de los 50 años, por ejemplo”.

Marcela Undurraga reconoce esos riesgos. Los casos que conoce de embarazos posteriores a la edad considerada fértil terminaron con hijos que nacieron con alguna discapacidad cognitiva o con síndrome de Down. Por eso, desde mayo ha estado bajo un seguimiento constante. “No tengo miedo de que haya pérdida, siento que estoy preparada para eso. De hecho, no he comprado nada para la guagua (…). Todo puede pasar”, señala.

Junto a su pareja, la idea de formar una familia comenzó hace algunos años, aunque los primeros intentos no dieron resultado. Para ella, nunca había sido una prioridad tener hijos; para él, en cambio, siempre fue un anhelo. Cuando la idea empezó a rondar con más fuerza, él se realizó un espermiograma y entonces cayó la noticia: tenía problemas de fertilidad.

Mientras recuerda, sentada en un café de La Dehesa, dice sentir rabia con el sistema. “Todos hablan de la baja natalidad que hay en Chile, pero nadie se pone en el lugar de que yo puedo gastar 3 o 5 millones de pesos en el costo del parto, pero no 7 ni 10. Tú no tienes acceso a ciertas cosas. Para mí es muy difícil encontrar un trabajo; entonces, todo te juega en contra. Siento que nos dejan abandonados y después dicen: ‘Ay, la gente no tiene guagua’, ¿cómo se supone que voy a tener hijos?”, reclama Marcela.

Los costos de la crianza explican parte de esa frustración. Según datos de la IX Encuesta de Presupuestos Familiares (EPF) del INE, los hogares con hijos gastan en promedio $442 mil pesos más al mes que aquellos sin: es decir, 35 % más. La mayor carga se concentra en educación, donde el gasto casi se triplica, seguido por vestuario, seguros y alimentos.

 

 

Tras los controles con el ginecólogo, le aseguraron que todo iba bien. Había posibilidades de algún síndrome similar al de ella, pero, según Marcela, no es un problema. “Yo sé lidiar con eso y le enseñaría herramientas para poder vivir como una persona útil a la sociedad y una persona normal”, asegura.

Hablar de maternidad, en su caso, la lleva siempre a cuestionar el proceso que está viviendo. “No puedo decir que estoy lo más feliz, porque igual uno se pone a reflexionar muchas cosas. Como: traje más gente al planeta, vemos que hay guerra en todos lados, medioambientalmente está la cagá en todos lados. Cuando era más chica pensaba: ‘Puta, ¿por qué me tuvieron? Yo no debería haber nacido si iba a sufrir tanto, ¿para qué estoy acá?’. Y pienso que, a lo mejor, mi hijo puede tomar también la misma visión. La vida igual es compleja, y no a todos nos afectan las mismas cosas. Así que igual me cuestiono el hecho de ser mamá en este medio tan hostil”.

Es crítica respecto a la maternidad. Para ella es una responsabilidad que se asume de manera plena. “Como madre o como padre, uno debe hacer las cosas bien. No es un favor ni algo que se agradece: es una obligación”, dice segura.

Su reflexión surgió en el último Día de la Madre. “Muchos dicen ‘le debo todo a mi madre’, pero yo no lo veo así. Criar a un hijo significa formar parte de la sociedad, y por eso uno tiene que dar lo mejor de sí”.

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ENTRE LA ILUSIÓN Y EL DUELO

Ana tiene 46 años, es periodista y trabaja en el área de comunicación institucional. En realidad, ese no es su nombre: pidió que fuera cambiado. A los 40 se convirtió en madre de su única hija, nacida en 2019, después de un largo y complejo camino marcado por tratamientos de fertilización fallidos. Agitada y algo apurada, comienza a relatar su historia: “Siempre ando corriendo”, comenta mientras revisa el computador en su oficina, ubicada en una casona del centro de Santiago.

Se casó a los 30 y, junto a su esposo, siempre proyectó formar una familia. “Yo vengo de una familia de cuatro hermanos. Me parecía bonito y razonable, por lo menos, tener un par de hijos que se acompañaran en la vida”, relata. Sin embargo, al momento del matrimonio recién había comenzado en un nuevo trabajo y descartó la opción de un embarazo. Antes, quería consolidarse profesionalmente y ganar espacio. “Yo veía que sería una carga si tenía un hijo pronto”, dice.

Paula Castillo, abogada encargada del estudio Crisis Demográfica y de Natalidad en Chile, del centro de pensamiento Rumbo Colectivo, encuentra sentido a las palabras de Ana. “Todo parece indicar que para [tener un hijo] tienes que hacerlo con todas las herramientas posibles. Con una carrera profesional que sea muy bien remunerada, por ejemplo, porque de lo contrario no es una buena idea tener un hijo. Entonces, ahí vemos una penalización, no solamente económica o laboral, sino que también una penalización social, que lleva a que sea una decisión que tengas que atrasar para que sea una buena decisión”, menciona.

En paralelo a su desarrollo laboral, Ana comenzó a prepararse para la maternidad. A los 33 tomó talleres de autoconocimiento, inició procesos de terapia y se sometió a chequeos médicos. Esa búsqueda le tomó cerca de tres años. Hoy, al intentar reconstruir esos momentos, dice que lo dejó como parte de una vida pasada: la frustración de no conseguir un embarazo, los tratamientos fallidos y la incertidumbre constante.

A los 35 comenzó a consultar a médicos con la idea de convertirse en madre. El tiempo pasaba y los intentos no daban resultado. Tras un año sin éxito, recibió el diagnóstico de infertilidad, algo que recuerda claramente. “Que te digan eso es súper fuerte, porque es como que no voy a poder tener hijos nunca”, comenta.

Siguieron años de consultas con distintos especialistas, controles ovulatorios, tratamientos de inseminación artificial y, finalmente, la opción de la fertilización in vitro. Para el matrimonio fue una decisión difícil de tomar, por la intervención que significaba, pero parecía la alternativa que quedaba. Sin embargo, tampoco dio resultado. Tras varios intentos fallidos, el desgaste físico, emocional y económico se acumulaba. “Era estar constantemente entre la ilusión y el duelo”, recuerda.

En medio de ese camino vivió un embarazo sin embrión, lo que la obligó a someterse a un legrado —una limpieza del útero para retirar los restos del embarazo— y a nuevas intervenciones para recuperar su útero. La experiencia fue dura y la llevó a replantearse la continuidad de los tratamientos. Eventualmente, la alternativa que se abría era la adopción.

Fue entonces, sin esperarlo, cuando se embarazó de manera natural, ya cerca de los 40.

El embarazo estuvo marcado por la ansiedad y los cuidados. Los primeros tres meses fueron especialmente angustiantes por el temor a que no llegara a término. A la vez, sufrió síntomas fuertes como vómitos constantes que se extendieron hasta el último día. Antes de los nueve meses, un cuadro de preeclampsia la obligó a adelantar el parto por cesárea. Su hija nació justo a las 37 semanas con displasia en las caderas.

Hoy, la maternidad después de los 40 la vive como un desafío. Reconoce que el cuerpo no tiene la misma energía que a los 30, pero también cree que no hay un momento en el que realmente se esté preparado. La exigencia personal ha sido parte del proceso, sobre todo por lo mucho que le costó llegar a ser madre. “Me da mucho miedo equivocarme”, admite.

Para ella, compatibilizar los distintos roles, ser madre, esposa, periodista, ha sido complejo, más aún en un contexto donde siente que la carga recae mayormente en las mujeres. Estuvo dos años con una asesora de crianza y, entre risas, imagina que si alguien le hiciera una caricatura, sería ella con libros de maternidad, cuidados, terapias sobre los hombros, “sobre asesorada” indica.

Martina Yopo, socióloga de la Universidad Católica y experta en temas reproductivos, plantea la tesis de infertilidad estructural. “Tiene que ver con que en Chile hay condiciones muy adversas para poder formar familia y eso va desde las persistentes desigualdades de género, hasta la intensificación de la parentalidad, la pobreza de tiempo y la precarización de la seguridad social”, asegura.

Pero la abogada de Rumbo Colectivo, Paula Castillo, advierte que las cifras de natalidad no deben entenderse como una crisis, sino como un cambio demográfico. Así, señala, se pueden construir mejores políticas públicas que contribuyan a desacelerar su caída. “¿Qué es lo que tiene que hacer el estado? Una cosa sería, por ejemplo, dejar de culpar a las mujeres por no querer tener hijos. Hay una percepción muy grande de que nadie te apoyaba cuando eras madre, por ejemplo, con el pre y postnatal muy cortos. En países asiáticos se busca apoyar más la generación de las familias, porque la baja de la tasa de natalidad va más bien en que no hay parejas que estén teniendo hijos”, explica.

En la última Cuenta Pública, el Presidente Gabriel Boric anunció la promulgación de una ley que garantiza el acceso a tratamientos de fertilización asistida.

A pesar de las dificultades de un embarazo tardío —los riesgos médicos, la soledad, los obstáculos sociales—, Claudia dice que para ella “la maternidad es una entrega infinita”. Marcela agrega que uno no elige venir al mundo; “lo mínimo es que tu mamá o tu papá te den lo mejor”. Y Ana complementa que “no hay un momento en el que realmente se esté preparada”. Las tres, sin embargo, concuerdan en algo: la maternidad les cambió la vida.

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