Las hermanas Bernal Parentti tenían once y nueve años cuando sufrieron una intoxicación mientras asistían a la Escuela La Greda, comuna de Puchuncaví, en marzo de 2011. Fueron parte de los 128 niños afectados por las emisiones tóxicas de la Fundición Ventanas de Codelco. Luego del incidente, las autoridades del Ministerio de Salud prometieron a las familias un monitoreo epidemiológico que nunca se concretó. A más de diez años del episodio, nos cuentan los temores e inseguridades que las han acompañado.
Por Rodrigo Verdejo
14 de Octubre de 2022
Es 23 marzo de 2011 y a las afueras del Cesfam de Puchuncaví se comienzan a agolpar familias con sus hijos de forma intempestiva. Los niños que llegan unos tras otros no superan los trece años. A la salida del consultorio una de las madres explica -con un semblante preocupado pero un tono de voz firme- el motivo del movimiento en el centro de salud la mañana de ese miércoles: “Traigo a mis dos hijas que están intoxicadas con el humo de Codelco”, dice.
La mujer se llama Orielle Parentti y sus dos hijas menores están entre los 128 niños intoxicados de la Escuela de La Greda producto de las emisiones de dióxido de azufre de la chimenea de la Fundición Ventanas de Codelco. Odett y Olaya, que en ese entonces tenían once y nueve años respectivamente, visten uniforme escolar a cuadros y sostienen la mano de su mamá mientras dirigen la mirada hacia varias direcciones. “Ellas están mareadas, les duele la cabeza y tienen ganas de vomitar”, dice Orielle sobre los síntomas de sus hijas y agrega un último dato: las niñas van en sexto y tercero básico.
La escena quedó plasmada en un video que grabó el portal Ventana Noticias y que registró el testimonio de algunas madres de los menores intoxicados, además del diagnóstico general que entregó a los medios el doctor Cristián Aguilar, director del Cesfam de Puchuncaví en ese entonces. “Estos elementos producen un daño acumulativo”, advirtió el médico.
Después de once años de aquel incidente -uno de los primeros que alertó al país sobre los altos niveles de contaminación con los que tenían que convivir los habitantes de Puchuncaví y que este año llevaron al gobierno de Gabriel Boric a anunciar el cierre de la Fundición Ventanas de la estatal Codelco- Odett y Olaya aún viven con la incertidumbre de no conocer cuáles son las secuelas y consecuencias del traumático episodio que les tocó vivir cuando apenas eran unas niñas.
Luego de la intoxicación en 2011, a las familias cuyos hijos resultaron afectados por la contaminación se les prometió desde la Subsecretaría de Salud y la Seremi de esa cartera en Valparaíso realizar un seguimiento epidemiológico para monitorear los efectos de la contaminación en el organismo de los niños.
Sin embargo –y tal como reveló CIPER–, en mayo de este año Contraloría emitió una auditoría sobre los actos, medidas y resoluciones de los entes estatales de Salud y Medio Ambiente presentes en la zona de Quintero-Puchuncaví, el cual señaló que el monitoreo a los 128 niños afectados nunca se realizó. La razón entregada por la Subsecretaría de Salud –según consignó CIPER en su investigación– fue que no se contaba con la nómina de los menores de edad.
Ahora con 23 años y madre de un hijo de dos, Odett Bernal confirma a Vergara 240 que dicho seguimiento jamás se concretó. “Nos realizaron exámenes de sangre y orina, y los resultados salieron con arsénico y plomo. Nos dijeron que nos iban a seguir con tratamiento para ver cómo evolucionábamos, pero nunca pasó nada”, reconoce Odett, quien aún vive en Puchuncaví.
Vergara 240 contactó a la actual autoridad a cargo de la Seremi de Salud en Valparaíso para saber si realizará algún tipo de seguimiento o acercamiento después de once años a esos niños que hoy son mayores de edad. La Secretaría Regional -a cargo del doctor Mario Parada- se limitó a responder que “en lo referido al seguimiento de las personas eso quedó en manos del Servicio de Salud, ya que forma parte de su competencia”.
Un dolor de cabeza muy intenso. Ese fue el primer síntoma que sintió Odett la mañana de ese 23 de mayo de 2011, cuando volvía junto a sus compañeros a su sala de clases en la Escuela La Greda. “Después tuve un mareo muy fuerte, la garganta picaba así como que te raspaba, tenía ganas de vomitar y ahí ya nosotros le dijimos a la profesora que varios estábamos igual. Llamaron a la ambulancia, llegaron los Carabineros y nos llevaron al consultorio para ver qué nos pasaba”, recuerda.
Para su hermana menor, Olaya Bernal, que en ese entonces tenía apenas nueve años y cursaba tercero básico, los recuerdos son más difusos. Pero su memoria evoca una escena: “Me acuerdo que cuando llegué al consultorio me tuvieron que poner oxígeno. Estaba súper nerviosa, no sabía qué pasaba, después llegó mi mamá y ahí nos sentimos un poco más tranquilas”.
Ambas cuentan que, pese a vivir en una zona marcada por los altos índices de contaminación atmosférica y asediada por un cordón industrial, ese fue el primer episodio de intoxicación que vivieron. Pero no el último. En noviembre del mismo año, la Escuela La Greda volvió a ser noticia nacional cuando 31 alumnos y 12 adultos volvieron a padecer los mismos síntomas que unos meses atrás: picazón, vómitos, indigestión e incluso desmayos.
Luego del primer episodio de intoxicación, a los 128 niños afectados de La Greda se les realizó un estudio a cargo de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica para medir la presencia de metales pesados en su sangre. Entre sus conclusiones -según consignó Contraloría en su informe- se señala que en los estudiantes “existe exposición crónica a plomo ambiental superior a la esperada para una población infantil chilena de esas características y que si bien, los niveles observados en los niños de la Escuela Básica La Greda, aunque están por debajo del nivel que requeriría tratamiento médico, reflejan exposición crónica a un elemento dañino para la salud de la población infantil”.
Según el relato de Odett y Olaya, la Seremi de Salud contactó a las familias afectadas para la realización del estudio a cargo del departamento de epidemiología de la Facultad de Medicina de la PUC. En esa instancia -dicen- se les prometió un plan de monitoreo para ver la evolución de los efectos de la intoxicación.
“Me acuerdo que nos dijeron que teníamos unos metales pesados en la sangre y mi reacción fue ‘¿qué es eso?’, y muy asustada por no saber qué significaba tener eso en la sangre. Entonces, igual era preocupante y por eso mismo nos dijeron que nos iban a seguir tratando, pero al final quedó ahí, nunca pasó nada. De ahí se fueron, desaparecieron y nunca supimos nada más de eso”, recuerda hoy Odett junto a su hermana menor.
Fuente: Instagram
Para la doctora Sandra Cortés, especialista en epidemiología de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), es complejo determinar los efectos de una intoxicación que ocurrió hace más de diez años. “Mirando los parámetros de los exámenes de la época, no se puede hacer de manera responsable una estimación del daño en salud, menos después de que han pasado tantos años”, señala.
La falta de certezas a las que se refiere la especialista ha sido una constante en las vidas de Odett y Olaya luego del episodio. Desde el estudio realizado por la PUC en 2011, no se han vuelto a someter a ningún tipo de examen para medir las posibles secuelas de la exposición a metales pesados y gases tóxicos. Cuentan, eso sí, que aún conviven con algunos padecimientos: “Mucho cansancio en el cuerpo, dolor de cabeza y constante mareo”, dicen al unísono.
La Escuela de La Greda finalmente fue clausurada en 2015 por los altos niveles de toxicidad en el aire. Orielle Parentti optó antes por sacar a sus hijas de ese colegio para protegerlas de los contaminantes. En 2017 realizó una denuncia pública sobre que sus hijas aún mantenían arsénico y plomo en la sangre, y también acusó lo que este año ratificó Contraloría: que las autoridades del Minsal no cumplieron con el seguimiento prometido.
“Después (del incidente) se le hizo exámenes a los niños y arrojaron que tenían plomo y arsénico en la sangre. Nos dijeron que los iban a tratar y hasta el momento no hemos tenido ninguna respuesta de nada. No sé qué están esperando las autoridades para poner mano dura”, dijo Orielle en ese entonces.
Por su parte, Odett cuenta que durante su embarazo también pasó por su cabeza el episodio que vivió en su infancia. “Tenía mucho miedo, no sabía si mi hijo iba a estar bien, era muy preocupante igual vivir con esa duda. Él nació bien, pero igual me preocupa porque si nos quedamos aquí, con el tiempo él igual va a tener plomo y arsénico en la sangre”, dice resignada.
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