La jefa de guiones en Pacto de Sangre –la teleserie nocturna de Canal 13 que está a punto de terminar y tiene a sus fanáticos con los nervios de punta– creció en una casa sin televisión, hasta que cumplió diez y exigió una. A sus 33 años Calcagni ha hecho toda su carrera en la misma estación televisiva, a la que llegó a hacer su práctica universitaria.
Cuando Catalina Calcagni tenía 10 años, sus padres le comentaron que se mudarían al sur. –Váyanse, yo me separo y me quedo con mi abuela– les dijo.
–Pero Catita, los hijos no se pueden separar de los papás. No existe el divorcio de esa manera –le explicó su madre.
El matrimonio Calcagni García finalmente convenció a la mayor de sus tres hijas, quien tenía una cabellera castaña que con el tiempo se fue aclarando y unos grandes ojos azules. Eso sí, tuvieron que aceptar su última condición:
–Debemos tener una buena tele.
Catalina y sus dos hermanas podían ver un programa al día. Se ponían de acuerdo para que cada una escogieran uno distinto, por lo que terminaban viendo tres al día. Además, Catalina se hacía la dormida en la cama de su mamá para ver Los Archivos Secretos X, que hasta el día de hoy es una de sus series favoritas, al punto de que la utilizaba como ejemplo cuando impartía clases de guión en la Pontificia Universidad Católica.
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Antes de partir al sur, Catalina Calcagni creció en la Comunidad Ecológica de Peñalolén, en una casa donde la electricidad la generaban placas solares. Estudió en el Colegio Rudolf Steirn, que impartía la pedagogía Waldorf. En su casa no había televisión, ni tampoco estaba permitida, pero Catalina estaba obsesionada con ese aparato. Cuando iba a la casa de sus vecinos o de su abuela, pasaba horas mirándola. “Era como polilla con la luz”, recuerda.
Su otra obsesión de infancia eran los libros. Su hermana Elisa, la del medio, recuerda que “básicamente obligó a mis papás a que le enseñaran a leer y después me enseñó a mí”. En su casa había un estante lleno de libros y cuando leyó todos los que tenía permitido, le pidió a Delicia, su nana, que por favor leyera los de la repisa prohibida y le contara lo que pasaba. La “Deli” hizo caso y le resumía lo leído. Luego, la niña llegaba donde su madre preguntándole cosas como qué significaba que alguien “vendiera su cuerpo”. Su mamá no entendía de dónde sacaba esas cosas.
Catalina no sacaba esas ideas solo de los libros prohibidos. Desde los 7 años disfrutaba escuchar las historias de El Chacotero Sentimental, el programa radial del Rumpy. Y aunque esencialmente jugaba con la “pandilla de niños del vecindario”, sentía mucha curiosidad por entender el mundo de los adultos.
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En Villarrica Catalina entró a quinto básico en el Colegio Alemán. Fue un cambio muy grande porque debió usar uniforme por primera vez, corbata apretada y ningún accesorio que no tuviera los colores institucionales. El colegio de Santiago era más libre: iba con ropa de calle y le transmitían el amor por aprender. En el sureño, nunca agarró el ritmo.
Su educación media la realizó en el Colegio Las Humanidades. Cuando llegó a cuarto medio anhelaba estudiar Técnico en Dirección Audiovisual, en Concepción. Quería ser compañera de su pololo.
Su mamá –“una mujer muy suave, muy dulce y muy mala para dar razones de la vida”, en palabras de Calcagni– le dijo que por ningún motivo y durante el invierno viajaron a Santiago a hacer un tour por las universidades.
–No tengo cómo asegurarme de que estés segura en Concepción, necesito que te vengas a Santiago. Aquí está mi hermano, aquí tengo mi red –le explicó su madre–. No quiero que estudies algo técnico, porque a lo mejor ahora no me entiendes, pero el valor de un título profesional es mucho mayor.
Catalina se interesó en Dirección Audiovisual de la Universidad Católica. Le gustó la facultad, el programa, el hecho de que no tuviera que decidir inmediatamente qué hacer con su vida, pues se trataba de un plan común entre Audiovisual y Periodismo.
El año 2005 entró a la carrera y se fue a vivir con su tío, que no estaba mucho en la casa. Se sentía sola, pero lo suplía con largas conversaciones telefónicas con su hermana Elisa. Fue un primer año tranquilo, en el que iba de la casa a la universidad y de esta a su casa.
En segundo año, tuvo su primer ramo de guión con el profesor Andrés Kalawski y se enamoró de su clase. Tenía malas notas y creía que sus trabajos eran “enfermos de chulos”. Incluso en retrospectiva concluye que uno de ellos era como “un comercial del Gobierno de Chile para que la gente no consumiera drogas”. Sin embargo, sentía que era el lugar al que pertenecía y que el guión “parecía la entrada a un mundo hermoso”.