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Isabel Berríos: Por siempre fútbol
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Isabel Berríos: Por siempre fútbol

Fue integrante de la primera selección femenina en Chile. Desde que nació, su amor y pasión ha sido el balompié. A pesar del ambiente machista y los prejuicios que han perseguido a las mujeres en este deporte, Isabel se mantuvo firme y fiel a su convicción, lo que la llevó a convertirse en la primera entrenadora del país.

Por Tomás Urra

23 de Agosto de 2022

-“Hago todo lo que me piden y aun así me miran en menos. Ya estoy harta”- exclamó con rabia Isabel.

Eran las 5:30 de la tarde en el Instituto Nacional del Fútbol (INAF) y la sesión de entrenamiento teórico y práctico de los postulantes a entrenadores profesionales de fútbol acababa de terminar. Dentro de estos, se encuentra Isabel Berrios quien, al momento de terminar la sesión, no dudó en ayudar a recoger los conos y colchonetas de la cancha. A pesar de ser una de las integrantes de la primera selección femenina en 1991, el camino para ser la primera entrenadora en Chile no ha sido fácil. Ha tenido que enfrentarse a los prejuicios y actos machistas que tiene este deporte. 

Afuera de la cancha, se encontraba Luis Rodríguez, quien en ese entonces era el coordinador de la carrera. Con una mirada fija y las manos entrecruzadas, miró a Isabel y le pidió acercarse para conversar en privado. Cuando ya no había nadie en el campo y con un tono más alto de lo normal, Isabel le hizo entender a Luis que no ha sentido el apoyo de sus compañeros a lo largo de la carrera. Rodríguez reconoció el esfuerzo de Isabel, su gran desempeño en el INAF, pero le aclaró que había un problema insoslayable: era mujer.

Isabel quedó impactada, su cara no decía nada, pero al escuchar esto, sabía que el camino para ser entrenadora de fútbol no pasaría por su entrega y compromiso, como lo fue cuando era jugadora. Más bien, pasaría por algo que no podía cambiar. 

 

***

 

Isabel Berríos nació el 16 de marzo de 1961 en Barrancas, comuna que durante dictadura militar se convirtió en lo que se conoce como Cerro Navia. En ese sector, Isabel creció junto a seis hermanos. Tras aprender a caminar, se dio cuenta de una habilidad innata. “Hacía pelotas con las cabezas de las muñecas, con medias, con diarios o con lo que pillaba hacía una pelota y jugaba”, dice Isabel, quien en ese instante supo que debía aprovechar el talento con el que había nacido.

Sin embargo, el primer problema con el que se enfrentó, y según dice, estaría siempre presente a lo largo de su carrera, fue el prejuicio, la mirada despectiva y la burla. “En los recreos yo no jugaba otra cosa que no fuera fútbol. Por tanto igual en el momento me molestaban, la gente adulta más que los niños (…). Te ponían apodos, algunos feos y otros no tan feos, pero en realidad daba lo mismo porque en el fondo yo estaba tan feliz jugando que el entorno se transformaba en algo muy ajeno a lo que uno podía sentir”, recuerda.

Su pasión también la vivía en el barrio. Un día salió junto a sus hermanos a jugar un rato afuera de la casa, en una calle donde el tránsito de autos no era un problema. Llegó la noche y los focos de la calle no iluminaban lo suficiente para poder ver la pelota. Pero Isabel sí se percató de algo: la llegada de sus padres. En una época donde los juegos y costumbres estaban asociadas al género, el fútbol era masculino. “En mi casa no me dejaban, pero yo me arrancaba a jugar. Cuando venía mi papá o mi mamá yo me escondía y después salía de nuevo”, recuerda Isabel.

 

Selección del ’91: orgullo nacional

El 28 de abril de 1991, Isabel sabía que sería un día especial. Se encontraba en el túnel del estadio Willie Davids, en la ciudad de Maringá, Brasil. Con una polera roja con el escudo de Chile, shorts azules y medias blancas, se preparaba junto a sus otras 10 compañeras de equipo, para jugar el primer partido oficial de la Selección Femenina Nacional de Fútbol. Los nervios eran altísimos. No solo por el hecho de que el rival era Brasil, sino también, por el ambiente que había en ese momento en las gradas. El grito de la gente “¡Brasil! ¡Brasil! ¡Brasil!” y las bombas de estruendo que sonaban, daba a entender que Chile no la tendría fácil esa tarde. Y así fue: el marcador 6-1 a favor de las brasileñas sepultó las aspiraciones de clasificar al Mundial de China del mismo año.

“Ahora recordarlo es maravilloso, me encantaría volver a estar ahí mismo. Pero nos asustó un poquito. Creo que no íbamos preparadas para tanto”, recuerda. Parecía que este hito se convertiría en el puntapié inicial para que más mujeres se integraran a este deporte, pero Isabel no lo consideró así. Algo le decía que la lucha para que el fútbol femenino fuera una realidad todavía iba a perdurar por largo tiempo. 

“Abel Alonso, que era el presidente de la Federación de Fútbol, lo nombraron delegado del fútbol femenino en Sudamérica. Y por eso se vio obligado a armar una selección femenina. Pero una vez que participamos, se desligaron de nosotros y nos mandaron a la ANFA (Asociación Nacional de Fútbol Amateur). Las canchas eran de tierra, no había camarines donde vestirse, entonces teníamos que andar a expensas de los clubes que prestaran un lugar”, recuerda Isabel.

 

INAF: el Club de Toby

Era el año 2002 e Isabel se encontraba trabajando en el pueblito Los Domínicos vendiendo distintas figuras de madera. Además del talento que tenía con el balón, se dio cuenta que tenía habilidades innatas para esculpir en madera, por lo que formó un puesto en el sector y se mantuvo por 12 años ahí. Sin embargo, tener dos trabajos, como jugadora y vendedora, la hizo tener que privilegiar por una labor. En ese entonces, sentía que el físico ya no le daba para seguir en la alta competencia, pero su amor y pasión por el fútbol lo quería seguir teniendo en el día a día.

-“Pucha me da una pena retirarme, no me quiero salir del fútbol”– le expresó Isabel a un director del club Universidad de Chile.
-“Pero ¿Por qué no estudiai en el INAF? Podrías ir a preguntar y nosotros te respaldamos– le respondió.

Isabel no dudó. Al día siguiente, fue a preguntar a las oficinas del INAF si es que podía realizar el curso de entrenadora. La respuesta fue categórica:

-“No, es que acá es sólo para profesionales y no es para mujeres”.

El machismo y el prejuicio seguía atormentándola. “Me sentí como el forro. Pedí un papel y escribí una carta a mano a Julio Riutort diciéndole: ‘me parece increíble que usted me niegue la posibilidad de hacer el curso. Yo soy jugadora y capitana de la U, seleccionada nacional, por qué no me va a dar el derecho’ y bla, bla, bla (…). Después que yo hice eso, me aceptaron y abrieron la posibilidad de que se metieran más mujeres”.

Pero el tormento recién empezaba. El hostigamiento y el recelo por parte de sus compañeros seguirían presentes. “Ellos se sentían invadidos y que la presencia de una mujer era como bajarle el perfil al fútbol. Como que: ‘oye mira a lo que hemos llegado, que una mujer esté aquí’. Entonces ellos buscaban la forma de joderme: hablando a puros garabatos, cosas ordinarias”.

Patricia Hermida, quien fue su compañera en el equipo de 1991, admira la perseverancia de Isabel. “Yo no hubiera dado esa lucha, tienes que amar mucho lo que haces y totalmente enfocada a lo que quieres llegar y para dónde vas y lo que te gusta, para haber logrado todo lo que logró y todo lo que hizo (…). Porque tú luchas un año, luchas 10 años, pero a veces te cansas y dices: ‘ya está bueno, ya basta’. Ella lleva luchando los 30 años, todavía lucha. Debe ser difícil, muy difícil, tener una lucha diaria”.

Por parte de los dirigentes, las trabas para que Isabel fuera entrenadora también se hicieron notar. Bien lo sabe Luis Rodríguez, quien actualmente es director de las carreras de Entrenador y Técnico de Fútbol. “Fue bastante desagradable, porque yo no me considero machista, pero ese tema salió, me acuerdo: ¿Cómo ella podía entrar a trabajar? ¿Cómo podía entrar al trabajo? Entonces yo le decía que era bien complejo que una mujer entrara a trabajar con hombres y me dijo: ‘no po, el desafío está ahí, yo quiero trabajar con los niños’. Y la verdad que esa convicción que tenía la llevó finalmente a que después estando en la U trabajara con niños”.

 

Pero el 2006, era momento de celebrar. De dejar atrás todos los malos ratos y demostrar que las mujeres pueden lograr lo que sea, aún en un deporte machista. “Cuando me entregaron el título, yo pegué un grito. Todos se pusieron a reír. Yo tomé el diploma y grité: ‘¡BIENNNN!’, como diciendo. ‘lo conseguí’. Y todos se pusieron a reír, porque sabían lo que significaba para mí. Fue una alegría inmensa”. Patricia siempre ha destacado el logro de su amiga, algo que ella no pudo conseguir, ya que al ingresar, se salió a los 2 meses. “Yo me saco el sombrero porque era la única mujer. Era ir a meterte al Club de Toby. Entonces llegar ahí a ese mundo fue por su fortaleza, su amor por lo que hacía, por la U, por la profesión. Yo creo que por eso siguió ahí. Fueron 5 años, donde la mujer se equivoca y sonaste”.

 

Más que una pasión, un sentimiento

Para Isabel, la Universidad de Chile es un amor infinito, de esos en los que la fidelidad es eterna y nunca se pone en duda. Por esto, siempre buscó tener la posibilidad de ponerse la camiseta azul, para defenderla hasta la muerte. En el año 1986, jugaba para la selección de Pudahuel y era una de las mejores del equipo. Sin embargo, no estaba conforme. Ella quería representar a la U. Un día, su equipo se enfrentó a la selección de Maipú, llamadas Las Águilas, quienes sufrieron las gambetas y goles de Isabel. Por supuesto, su equipo ganó. Luego del partido, un coordinador del equipo rival le pidió sus datos para tantear posibles ofertas. Eso a Isabel no le importó, en su cabeza no había más ofrecimiento que no fuera la U. Sin embargo, a la semana siguiente, sin pensarlo, llegó.

-“Oye saben que van a probar jugadoras en la U ¿Quién quiere ir?”– dijo una asistente del equipo de Pudahuel
-“Yooo”– gritó Isabel, sin pensarlo.

“Fuimos y nos dejaron al tiro. Éramos las mejores en ese minuto. Así que nos dejaron y ahí partimos (…). De ahí me convertí en capitana de la U y nunca más salí de ese puesto”, dice Isabel. Esa fidelidad bien la sabe Max Sánchez, quien fue compañero de “la chica Isabel”, como la apoda él, en la hinchada azul. “Ella siempre fue de la U. Terminaba el partido que jugaban ellas y se iban a la barra a cantar con nosotros, o sea eran parte de la barra y yo creo que ahí se impregna un poquito la pasión que es la U”, afirma Max, quien siente que fue el único espacio donde Isabel se sintió acogida, sin que el prejuicio o las burlas le impidieran hacer lo que ama con tranquilidad. “Estaba lleno de mujeres la barra, había muchas mujeres, entonces que vinieran más mujeres no era algo extraño (…) Yo creo que era más inclusiva que la misma sociedad, era transversal”, cuenta Max.

A pesar de todo el amor que Isabel sentía y sigue sintiendo por el club azul, en un inicio la institución no tuvo ese mismo afecto con ella. La despidieron 4 veces. La primera vez, cuando la Universidad de Chile se fue a quiebra en 2006. “Yo estaba contratada con los niños y no con las niñas (…). Estaba en la noche entrenándolas y no se veía nada, yo ponía unos foquitos que alumbraban un cuarto de cancha. Y de repente escucho que me dicen: ‘¿Y usted qué hace aquí si yo la eché?’. Y yo miro y era el Síndico”.

Isabel no lo dudó, sabía que tenía que defender a sus pupilas. “Usted me despidió, pero de los hombres, yo estaba contratada por los hombres pero no por las mujeres”. Esa respuesta le abrió la puerta para iniciarse como entrenadora del fútbol femenino en el club. Solange Bazaes, quien ha ejercido el cargo de secretaria en la gerencia azul durante 16 años, engrandece el afecto que Isabel tiene hacia la institución. “Yo creo que eso es un espíritu y un amor impresionante que le tiene al fútbol y a la U (…). Yo que llevo tantos años en el fútbol, lo veo en muy pocos entrenadores en realidad. Ese corazón que ella tiene, esa pasión”.

***

El 24 de mayo de 2021, Isabel Berríos no estaba del todo contenta. A pesar de que el equipo que tanto ama cumplía 94 años de existencia, no era un motivo suficiente para celebrarlo de gran forma. El equipo masculino había perdido 1-0 frente a Everton el día anterior y desaprovechó la oportunidad de quedar puntero en la tabla de posiciones. A medida que iba pasando el día y la pena se iba pasando lentamente, recibió una llamada de su amiga Patricia, quien fuera compañera de equipo en la primera selección femenina de fútbol el año 1991 y ayudante técnica de Isabel en su etapa como entrenadora.

-“Weona estoy impresionada”- dijo Patricia con un tono elevado.
-“¿Qué te pasó?”- respondió Isabel, quien no entendía el contexto de la situación.
-“Pero cómo no sabí lo que te hicieron en la U, lo están dando en las noticias”- exclamó Patricia con un tono de rabia.
-“¿Qué cosa?”- señaló Isabel, quien seguía sin entender nada.
-“Te lo voy a mandar”.

Luego de la llamada, Isabel prendió su televisor y se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. El club inauguró unos murales donde inmortalizaron a algunos de los jugadores más importantes en la historia de la Universidad de Chile, donde los hinchas tuvieron que votar para elegir quiénes serían los inmortalizados y, entre ellos, se encontraba Isabel Berríos. En ese momento, Isabel entendió la relevancia y grandeza que había logrado en toda su trayectoria, como jugadora y entrenadora. Y que, a pesar de todos los prejuicios y actos machistas a los cuales se tuvo que enfrentar, pudo llegar a lo más alto del fútbol chileno. Todo esto, siendo mujer.

 

 


 

Foto principal: @suenoazul_oficial

Este trabajo fue desarrollado por su autor para el curso “Crónicas y Perfiles”, dirigido por la académica Paula Escobar. 

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