El 11 de septiembre de 2020, Yasna Yaupe Castro (18) amamantaba a su hija Adeline de 2 meses cuando un proyectil de 40 mm perforó el muro de material ligero de su dormitorio: un segundo piso, hecho por su padre, en su casa del pasaje Salvador Sanfuentes, en la Población Santo Tomás de La Pintana. La bala le produjo un trauma toráxico abdominal.
Su certificado de defunción constata su muerte a las 00.14 horas del 12 de septiembre. Su madre, Nataly Castro Valenzuela (36), sabe que en rigor Yasna falleció en los últimos minutos del 11 de septiembre. Lo intuye porque aún no era medianoche cuando recibió en su casa de San Bernardo la llamada de una vecina que le informaba del incidente. Además, su exesposo, José Yaupe -con quien vivían tres de los cuatro hijos del matrimonio- le contó que Yasna, la mayor del clan, había dejado de respirar de forma casi inmediata. Sólo alcanzó a pedirle que cuidara a Adeline.
A más de un año de la muerte de Yasna, Nataly se reunió con el entonces candidato, y hoy Presidente, Gabriel Boric, a quien le pidió que impulsara cambios en la legislación para establecer cadena perpetua a quienes disparan en las calles con consecuencias fatales. Por el caso de su hija fue acusado por homicidio consumado Edgar Bustos Sepúlveda (24), quien actualmente se encuentra privado de libertad en el Centro Penitenciario de Santiago 1 a la espera de la sentencia.
Mientras espera conocer el veredicto, Nataly sueña con su hija. “El último sueño que tuve fue hace como dos semanas atrás. Se me acerca y me pone a Adeline en el brazo. Es chiquitita como cuando la Yasna partió. Ella se pone al lado mío y se queda ahí. Yo le empiezo a pegar en el poto como le hacía siempre para hacerlas dormir. Después se para y yo le grito ‘hija, te amo’ y ella me dice ‘yo también mamá’. Va al living comedor y se pone a bailar para TikTok. Fue un sueño bien raro porque después en la mañana, cuando despertó mi hijo, el más chico que está conmigo, me dice: mamá, estuve toda la noche bailando con la Yasna en el living comedor“.
***
A mediados de 2016, Juan -su familia pide mantener su identidad en reserva-, que en ese entonces tenía 31 años, recibió un disparo que iba dirigido a un reconocido narcotraficante del barrio. Cruzaba la calle para reunirse con un amigo de la población Santo Tomás cuando cayó al suelo. Una vecina lo trasladó de inmediato al Hospital Padre Hurtado donde fue operado de urgencia y estuvo en riesgo vital por más de 15 días. La familia en una ocasión se despidió de él: era improbable, dijeron los médicos, que sobreviviera. Pero lo hizo. Tres meses después dejó el hospital. Sin embargo, debió asistir a rehabilitación durante un año. Volvió a su hogar de siempre, en el mismo barrio en que casi muere y donde sigue viviendo con sus padres.
Su hermana Sara, que vivió su infancia y adolescencia en la Santo Tomás, detalla que se cambió a la Villa Concierto 2, de la misma comuna, hace cerca de 20 años cuando los problemas entre las bandas locales de narcotráfico comenzaron a afectar a todo el vecindario. En su Villa, recalca, los pobladores se informan a través de WhatsApp de cualquier hecho sospechoso que ocurre y en más de alguna ocasión se han organizado para defenderse. En las calles en que creció, en cambio, la violencia arrecia. “Son los hijos de los vecinos los que se mandan las cagás. Son las nuevas generaciones, porque la gente antigua, no. Mi papá, cuando éramos chicos, nos contaba cuentos en el antejardín”, asegura.