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Capítulo 1: ‘’El hilo se corta por lo más delgado’’
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Capítulo 1: ‘’El hilo se corta por lo más delgado’’

Marcelo Soto acusa que vivió abusos de parte de un religioso del seminario. Cuando denunció el hecho a sus superiores, dice que no lo escucharon y que posteriormente enfrentó un hostigamiento que lo empujó a abandonar su aspiración al sacerdocio.

18 de Abril de 2024

Marcelo Soto llegó a Valparaíso en 1986. Vivió hasta los 16 años en Puerto Montt, donde comenzó a interesarse por la religión. 

Dice que estudió, tuvo parejas, pero siempre sintió que quería ser sacerdote

–Esto se dio en mi infancia, desde muy chico y desde que tengo uso de razón –añade. 

Soto llegó hasta la parroquia Jesús el Buen Pastor, en Playa Ancha. Allí trabajó junto a un cura, quien le habló del Seminario Mayor San Rafael. Entonces, comenzó a esbozar su futuro, pensando en el tipo de sacerdote en el que quería convertirse: 

Mis expectativas eran ser un buen cura, cercano a la gente, servidor, para apoyar y ayudar a quienes estaban lejos de todo o eran muy discriminados. Yo buscaba ese tipo de gente, que tuviera problemas con drogas, alcohol, niños con familias disfuncionales. Ese era el lado que yo quería explotar. 

Un hecho lo llevaría a postergar unos años sus planes. Su madre, descontenta con su decisión, lo autorizó ingresar al Seminario con una condición: que estudiara antes una carrera. 

En 1991, con 21 años y con un título de Contador en mano, ingresó al edificio que más adelante, relata, se convertiría en su “infierno”: el Seminario Mayor San Rafael.

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Historia del Seminario Mayor San Rafael

La generación de Marcelo Soto (1991) era de alrededor de 30 personas, y en el Seminario había un total de 100 seminaristas. Dice que no se relacionaba con muchos. Tenía un grupo de cuatro amigos que al año siguiente se reduciría a la mitad. 

En el seminario primaba un ambiente competitivo y conservador, según Soto. Estaba administrado por Francisco de Borja Valenzuela Ríos y Jorge Medina, en ese tiempo obispos de Valparaíso y Rancagua, respectivamente.

Marcelo Soto recuerda que se relacionó principalmente con tres sacerdotes. Uno de ellos era Gonzalo Duarte, entonces vicario general de la Diócesis de Valparaíso. Cuenta que eligió a Duarte como su director espiritual y que en el seminario existían otros dos religiosos a quienes consideraba sus referentes: Javier Prado y Humberto Henríquez

A Prado, quien era obispo auxiliar de la Diócesis de Valparaíso, lo describe como una persona cálida y fraternal. Recuerda que una vez le confesó que no tuvo una buena relación con su papá y que Prado le dijo que podría suplir sus carencias afectivas. Esta promesa, cuenta, se fue manifestando con abrazos y caricias, que “con los meses se intensificaron”. Agrega que los saludos con besos eran otra de las conductas habituales de Prado, los que “cada vez se acercaban más a la boca”. Y que a esto se sumaban visitas nocturnas a su habitación, en las que el obispo le preguntaba cómo estaba y cómo iba su ‘’afectividad’’.

-Comencé  a cerrar mi puerta con llave cada noche –recuerda Soto.

 

Javier Prado fue obispo en Iquique y Rancagua. Falleció el 23 de junio de 2020.

En su testimonio judicial, afirma que el mismo año que ingresó, llegó otro estudiante al Seminario San Rafael, que estaba a punto de ordenarse como sacerdote: Humberto Henríquez. Venía del Seminario Mayor de Santiago y pronto comenzó a trabajar en la parroquia Nuestra Señora del Rosario, de Quilpué, donde conoció a Jaime Da Fonseca, párroco del lugar.  

Tras su llegada al seminario, Henríquez entabló amistad con Marcelo Soto.

–Tenía la del cura buena onda, cercano, relajado, el del ‘‘vamos que se puede, tenemos que trabajar en esto, hay que seguir adelante’’ –señala Soto. 

Un par de semanas luego de haber ingresado al seminario, Soto cuenta que comenzó a notar actitudes extrañas de parte de sus compañeros: “Había tipos muy amanerados que pasaban horas en las piezas de otros seminaristas (…). Esas cosas me llamaban la atención, porque en el seminario tus dormitorios son individuales, y te inculcaban muchísimo eso del tema de la privacidad, que debía estar muy latente entre los seminaristas. Pero te encontrabas que en la práctica eso no se daba muchas veces”. 

Dice haber conversado con su director espiritual, Gonzalo Duarte, para entender lo que ocurría. Según su relato, Duarte le dijo: ‘’La mierda está dentro de ti’’. Sorprendido por la respuesta, Soto optó por dejar el tema de lado y no preguntar más

En 1992, Humberto Henríquez fue ordenado sacerdote y le pidió a Jaime Da Fonseca que le permitiera a Marcelo Soto ir a la parroquia de Quilpué a asistirlo, considerando el lazo de amistad que ya tenían. Da Fonseca aceptó y Soto comenzó a frecuentar el lugar

Aprovechando este nuevo contacto, Soto recuerda que le comentó a Da Fonseca que había actitudes extrañas y aproximaciones impropias entre seminaristas y sacerdotes en el seminario. La respuesta de Da Fonseca, añade Soto, fue que estaba exagerando y que no le diera importancia. 

Un domingo de septiembre de 1992, tras varias horas de trabajo en la parroquia, Marcelo Soto recuerda el hecho que lo llevó a tomar una decisión radical. Según su relato, notó que se hacía tarde para volver desde Quilpué al Seminario. Al día siguiente debía estar temprano en Lo Vásquez para sus clases. Humberto Henríquez le preguntó qué haría, y Soto le planteó la opción de esperar en la parroquia a que amaneciera para luego irse. Cuenta que el sacerdote le propuso ver una película para pasar las horas y lo invitó a su habitación. Mientras contestaba una llamada en otra pieza, le pidió a Soto que buscara en su cajón alguna película. Soto dice que abrió el cajón de Henríquez y se encontró con distintos VHS sin nombre ni carátula. Eligió uno al azar y lo puso en el reproductor.

–Se trataba de una película pornográfica homosexual. Tras unos segundos, entró Henríquez a la pieza y le pedí explicaciones, pero, en vez, me preguntó por qué quería ser cura y luego me advirtió: “Mira hueón, te vas a acostar con hombres, con mujeres, da lo mismo, tienes poder, haz lo que quieras”.

Luego, “Henríquez se me acercó, comenzó a tocar mis genitales y me bajó el pantalón para intentar realizarme sexo oral. Yo lo miraba completamente paralizado. Segundos después, reaccioné y lo empujé. Me subí el pantalón y salí de la habitación”. Recuerda que Humberto Henríquez le gritaba que volviera para que conversaran. Marcelo Soto tenía 22 años en ese momento

 

Humberto Henríquez, expárroco de la Iglesia de la Asunción de Los Andes. El 2020 fue condenado por abuso sexual y de conciencia (Foto: Andes Online)

A la mañana siguiente, Soto dice que llegó mucho más temprano de lo esperado al seminario. Ingresó a su habitación y se puso a llorar. Durante dos semanas estuvo pensando a quién le confiaría lo ocurrido y quién podría entenderlo. Tomó la decisión de hablar con Gonzalo Duarte y Javier Prado

En un primer momento, relata, ambos sacerdotes le dijeron que creían en su testimonio, que estuviera tranquilo y que se harían cargo. Explica que le mencionaron que llevarían a Humberto Henríquez a terapia psicológica para tratarlo.

–Cuando denuncié el abuso de Humberto Henríquez, se lo dije a Gonzalo Duarte. Lo primero que me dijo fue: “Tú no lo hables con nadie, porque sabes que en la Iglesia el hilo se corta por lo más delgado” (…). También hablé con Javier Prado, que me dijo: “¿Qué hiciste tú para que Humberto Henríquez hiciera eso?”. “Monseñor –le dije–, si usted me pregunta si soy homosexual, no lo soy, y jamás he hecho algo a Humberto Henríquez para que malinterprete esto”. 

 

Gonzalo Duarte, exobispo de la Diócesis de Valparaíso. El 2018 se retiró por límite de edad para su cargo, en medio de acusaciones de encubrimiento de abuso sexual eclesiástico en la región.

Luego de varias semanas esperando que Duarte y Prado realizaran alguna acción, el seminarista relata que comenzó a recibir llamadas telefónicas de parte de Humberto Henríquez que se prolongaron por tres meses. En estas llamadas, según Soto, el sacerdote le decía: “Oye, olvida esto, si ya pasó. Yo hago lesa a la psicóloga. Hago lo que quiero. Olvídate, incorpórate a este grupo, somos un grupo grande. Aquí hay curas y seminaristas.

“Nunca supe quiénes eran parte del grupo”, admite Soto, pero recuerda que Henríquez alardeaba con que Duarte y Prado nunca lo iban a expulsar: “‘No tienen el poder, yo me voy cuando quiera’, me decía”.

Sin ver avances de sus superiores respecto a su denuncia y afectado por el acoso que sentía, el primer semestre de 1993 Marcelo Soto decidió retirarse del Seminario. 

Me hizo cuestionar este castillo que yo había inventado en mi vida. Me hizo verlo como un mundo sumamente cruel. Me acerqué a Gonzalo Duarte y Javier Prado para informarle que me iría del Seminario, y me dijeron que lo mejor que podía hacer era irme. 

A fines de ese año, 1993, Humberto Henríquez fue trasladado a la Diócesis de San Felipe, donde ejerció como sacerdote hasta 2019, cuando se le comunicó su expulsión del ejercicio sacerdotal al ser hallado culpable “de los delitos de abuso de conciencia y abuso sexual en contra de dos varones mayores de edad”.