La historia que relata Mauricio Pulgar es de abusos, crisis, desilusión y renuncia. Su testimonio destapa un lado oscuro del sacerdocio, al revelar prácticas que lo llevaron a cuestionar y dejar el seminario.
Por Francisco González y Benjamín Puentes
18 de Abril de 2024
Era 1988. Mauricio Pulgar cuenta que para muchos jóvenes de Quilpué había dos opciones para ocupar sus horas libres: ser scout o integrarse a la Cruzada Eucarística. En su caso, a los 13 años, tomó la segunda.
La Cruzada Eucarística estaba compuesta por grupos de jóvenes atraídos por la religión, quienes se juntaban a reflexionar sobre Dios o cumplir labores pastorales. Pulgar, quien desde pequeño se sintió atraído por las lecturas de Ignacio de Loyola, fundadores de la Orden Jesuita, vio acá un lugar donde potenciar su interés por la fe.
Recuerda que la agrupación se reunía en la parroquia Nuestra Señora del Rosario, de Quilpué, que era dirigida desde 1983 por el sacerdote Jaime Da Fonseca, famoso en la zona por reclutar jóvenes para el sacerdocio.
Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Quilpué
Mauricio Pulgar afirma que pronto Da Fonseca se fijó en él y lo invitó a formar parte de su grupo de acólitos. A los 14 años, se convirtió en un miembro más del círculo de Da Fonseca.
La atracción por el sacerdocio, sin embargo, duró poco para Pulgar. Dice que a los meses de ser acólito, una serie de actitudes de Da Fonseca lo hicieron dudar si era lo que realmente quería. Explica que tenía que besarlo en la cara al saludarlo, y que el sacerdote solía poner sus manos en su pierna o cerca de sus genitales durante las direcciones espirituales.
–Da Fonseca solía mover su mano hacia mi pierna y la acercaba a mis genitales. Cuando notaba mi rechazo, decía: “Ten cuidado con que el demonio te haga sentir cosas”.
Explica que estas actitudes comenzaron a generarle estrés, a lo que Da Fonseca, como respuesta, le ofrecía “brebajes homeopáticos” para relajarse, con los que perdía la conciencia del tiempo, dice.
–Tú entrabas a la dirección espiritual (luego de beberlo) a las 4 de la tarde. Llegabas a las 7 de la tarde a tu casa y lo que pasó entremedio no te acuerdas de nada, de absolutamente nada –relata Pulgar
Frente a esto, a Pulgar le sobrevino una crisis espiritual. En su libro “El denunciante y el círculo” (Ril editores, 2023), cuenta que Jaime Da Fonseca lo notó desganado y, como solución, le encargó a José Donoso, también sacerdote de la parroquia Nuestra Señora del Rosario de Quilpué, que se hiciera cargo de la dirección espiritual del acólito y subsanara su duda vocacional. Pulgar detalla que Donoso le encomendó tareas dentro de la parroquia, hasta que en 1992 el cura fue trasladado de parroquia. En su reemplazo llegó Humberto Henríquez, un joven sacerdote recientemente ordenado por la Diócesis de Valparaíso. Dice que con Henríquez compartía el gusto por la lectura teológica y que éste le regaló un par de libros y le ofreció otros a cambio de ayuda en las tareas de la parroquia. Entusiasmado, Pulgar aceptó.
Pero esta nueva relación fraternal provocó celos en Da Fonseca, según Pulgar. En una oportunidad, dice, el párroco le recriminó que “no estaba siendo lo suficientemente cariñoso con él, y no le gustaba que pasara tiempo con Henríquez”. Añade que le advirtió que si no se alejaba de su “nuevo amigo”, no firmaría su recomendación para que pudiera ingresar al Seminario San Rafael. Pulgar acató.
–Nunca vi que eso podría llegar a ser algo peligroso para mí, algo que a lo mejor podría poner en riesgo mi integridad, porque en ese momento ¿quién iba a cuestionar a Jaime Da Fonseca, el hombre más santo de Quilpué?
A fines de 1992, Pulgar fue aceptado para iniciar su camino sacerdotal.
En enero de 1993, Pulgar señala que se organizó una actividad en el seminario para oficializar el ingreso de los nuevos estudiantes. Fueron llevados a una casa en Olmué, ubicada en el sector El Granizo. Era un lugar lleno de vegetación, con una parroquia en la entrada, una casa en medio del terreno y detrás de esta una piscina de fibra de vidrio con capacidad para unas 12 personas. A ese lugar, explica el exseminarista, fueron convocados para celebrar la eucaristía y vivir en comunidad.
Pulgar menciona que fueron llevados a Olmué por el sacerdote Mauro Ojeda, quien pertenecía al Seminario San Rafael. Él estaba a cargo de dirigir las actividades del día, sin embargo, recuerda que lo último que dijo Ojeda los impactó a todos: “En la noche nos vamos a bañar desnudos en la piscina”. Explica que en ese momento bloqueó de su cabeza la palabra “desnudos”, ya que pensó que podía ser “una trampa de su cabeza”, porque, según él, en ese tiempo Ojeda era considerado un hombre santo y, junto a Da Fonseca, su nombre se mencionaba como futuro obispo de Valparaíso.
Mauro Ojeda, exformador del Seminario Mayor San Rafael. El 2023 fue condenado por abuso sexual, manipulación de conciencia y malversación de fondos (Foto: TN8)
–Nosotros no sabíamos que íbamos a ir a Olmué. Ni siquiera nos dijeron que teníamos que llevar traje de baño, nada. De hecho, Mauro Ojeda dejó grabado en nuestras mentes que contar que fuimos a esa casa era una traición.
Al anochecer de ese día, de acuerdo al testimonio de Pulgar, Ojeda llevó a los seminaristas a la piscina y les dijo: “Bueno, ahora somos una familia y yo soy su padre. Vean en mí a un padre, quien los protegerá y dirigirá”. Después exclamó: “Ahora vamos a tener un acto de confianza. Nos vamos a bañar desnudos”.
–Él vio la cara de espanto de todos. Dijo que si no nos metíamos, “éramos maricones”, y que él no recibía maricones en el seminario.
A juicio de Pulgar, no les quedó otra opción que acatar la orden, y entraron uno a uno a la piscina. Cuando ya estaban todos dentro, afirma que el sacerdote Ojeda se quitó la ropa, se unió a los seminaristas y se sumergió pasando al lado de todos los jóvenes, rozando sus genitales y glúteos en el trayecto. A quienes mostraban rechazo, explica Pulgar, el religioso les advertía que no estaban por completo seguros de su heterosexualidad.
–En ese tiempo, ser homosexual era un pecado, y no solamente un pecado, era una abominación para Dios, porque, en el fondo, tú eliges ser algo (…). Por tanto, cuando él vio la cara de espanto de todos en la piscina, nosotros éramos maricones, y como él no recibía maricones en el seminario, nuestra vocación se anulaba –relata Pulgar.
A la mañana siguiente, el exseminarista asevera que Mauro Ojeda les comentó: “Ustedes ahora son de la Iglesia y nuestros secretos los laicos no los pueden entender”.
En su libro, Pulgar señala que sus formadores en el seminario comenzaron a castigarlo por no cumplir con lo que se esperaba de él. Al respecto dice: “Entre las acusaciones, me dicen (…) no visitas al padre Jaime Da Fonseca, no eres afectuoso con tus formadores, no entiendes que vas a ser príncipe de la Iglesia, no puedes tratar a las mujeres como iguales, hay cosas que no se les puede enseñar a los laicos, no te vistes como un consagrado de Dios, no eres obediente a nuestras órdenes, eres rebelde, eres demasiado brusco”.
En consecuencia, los fines de semana no se le permitía salir a visitar a sus padres y, según cuenta, Mauro Ojeda fue uno de los curas que se hizo cargo de encerrarlo y velar porque no saliera del seminario.
Pedro Nahuelcura, actual párroco de Nuestra Señora del Rosario de Quilpué, en 1994 se encontraba realizando su último año de formación sacerdotal y confirma los dichos de Pulgar.
–Que haya estado encerrado y castigado, no era una práctica habitual. Por lo general, los seminaristas tenían que salir a sus comunidades o a sus casas. No sé qué conflicto habrá tenido con los formadores o con la parroquia en aquella época (…). Era de los cursos menores, entonces me llamaba la atención por qué este niño estaba acá –comenta Nahuelcura a V240.
Pulgar admite que solamente una vez conversó con sus compañeros seminaristas sobre lo que veía en el recinto. Recuerda que uno de ellos le dijo: “Estamos viviendo en la mierda”, y que el otro respondió: “En la mierda estamos y en la mierda nos quedamos”.
La situación que vivía lo hizo reaccionar de manera violenta en junio de 1995. Recuerda que iba camino al comedor del seminario, cuando José Olguín, uno de los sacerdotes formadores del seminario, se le acercó, lo tomó el cuello y, mientras lo masajeaba, le dijo: “Estás tenso, te hace falta relajarte”. El episodio lo detalla en su libro: “Yo, a esa altura, estaba totalmente colapsado (…). Tomé su mano derecha, la di vuelta y lo dejé con su rostro casi tocando el piso (…). José se asustó y ahí le dije: ‘A mí no me gustan los hombres, usted no es mi papá y si quiero afecto, yo llamaré a mi papá’ (…). Una vez solté a José, este me amenazó, me dijo que haría que me echaran del Seminario, que yo era un bruto, un maricón reprimido”.
Pulgar declara que luego del incidente fue a la oficina de Santiago Silva, entonces formador de teología y de Introducción a la Biblia en el seminario (hoy es obispo de Valdivia) para relatarle sus dudas respecto a su permanencia en el Seminario y el acoso sexual del que se sentía objeto. La respuesta de Silva, asegura el exseminarista, fue demoledora: “Tú eres lo peor que le pudo pasar a la Iglesia. Lo mejor que puedes hacer es matarte. Solo traes problemas, no debiste llegar hasta aquí. Da lo mismo si tienes vocación o no. Ándate del seminario y desaparece”.
Consultado por V240, el obispo Silva niega el episodio: “Es mentira. No he dicho lo que Pulgar pone en mi boca”. También desmiente haber encubierto los abusos que denuncia el exseminarista. Aún así, Mauricio Pulgar señala que salió llorando de la oficina y que presentó su renuncia al entonces rector del seminario, quien se la rechazó. Dice que solo le permitió retirarse un tiempo “para reflexionar”. Era 1995.
El exseminarista estuvo como ayudante en un par de parroquias, hasta que lo llamó Humberto Henríquez para que lo asistiera en la parroquia Santa Rosa de Los Andes. Pulgar aceptó y afirma que estaba contento escribiendo textos para las homilías del sacerdote. Pero un día, al finalizar la jornada, cuenta que fue víctima de una situación que lo afectó tanto, que incluso pensó en el suicidio. De acuerdo a su relato, ambos volvieron a la parroquia y Henríquez le señaló que era tarde, que sería bueno que se quedara a dormir, que se sentía débil y que no lo dejara solo. Pulgar le dijo que sí y se instaló en la mesa del comedor para trabajar en los textos de las misas. Al rato, dice, apareció el sacerdote con un vaso de bebida y comida. Cerca de las 10 de la noche se comenzó a sentir mal, su cabeza le molestaba y estaba mareado. El único recuerdo que tiene de ese momento, asegura, es que Henríquez lo hizo subir a su habitación del segundo piso.
Pulgar cuenta que despertó horas después. Así lo relata en su libro: “Estoy acostado en un colchón al lado de la cama del sacerdote Humberto, pero no recuerdo cómo llegué a estar en esta posición. Alguien se mueve, es el movimiento el que me comienza a despertar, aunque no logro abrir los ojos ni mover mi cuerpo (…). No entiendo lo que pasa, no entiendo por qué siento mi cuerpo como muerto, no puedo moverme (…). Entonces suena fuerte la voz de Humberto Henríquez (…): ‘Tranquilo, quédate tranquilo, todo está bien, ahora eres de mi círculo’. Humberto hace como una pausa y abre el cajón de un velador que estaba al lado izquierdo de la pieza, me dice que está lleno de dinero, que todo es para mí, y que habrá mucho más por ser parte de su círculo”.
A la mañana siguiente, Pulgar asegura que salió de la parroquia y sentía que debía acabar con su vida, pero dos hechos fortuitos lo motivaron a seguir su camino al sacerdocio: la posibilidad de una beca en Alemania y un reencuentro con el sacerdote José Donoso, su antiguo director espiritual cuando era acólito, quien le pidió que lo ayudara en la parroquia Santa Teresita de Quillota. Mauricio Pulgar aceptó.
Sin embargo, tras unos meses, producto de roces y una pelea con Donoso, el exseminarista se fue del lugar y se concentró en terminar sus estudios religiosos en la Universidad Católica de Valparaíso. Jamás regresó al Seminario.