Desde sus explosivos pasos por Olmué y Viña del Mar, ha cambiado su forma de entender su humor, su vida personal y su relación con la fama. A sus shows, agotados en teatros y casinos, asisten niños, adultos mayores y familias completas. No solo es reconocido como el comediante más exitoso de Chile, sino también como el más influyente. Los domingos asiste a una pequeña iglesia, su equipo lo blinda de la exposición y le gustaría dejar atrás parte de lo que lo hizo famoso. Tanto ha cambiado, que ya ni siquiera se llama Felipe Avello.