La exconstituyente trabajó durante 16 meses en la propuesta constitucional, un periodo plagado de jornadas extenuantes, discusiones eternas y momentos tensos. ¿Cómo vivió el día del plebiscito, a medida que se enteraba que el resultado estaba lejos de lo que esperaba?
Por Laura Rodríguez
11 de Octubre de 2022
Son las 8 de la mañana en la Comunidad Ecológica de Peñalolén. Hace mucho frío, sale humo por la boca. Se escucha que alguien viene, pero no es ella, es su pareja, Claudio Escobar, quien avisa que la constituyente está atrasada para ir a votar. Tras él se acercan cuatro perros. Claudio explica que son muy regalones y energéticos. Abre la puerta y se aprecia un hogar cálido: la estufa está prendida, huele a desayuno y entra mucha luz natural. Es una casa llena de flores y cuadros de Frida Khalo, con una pared anaranjada, almohadas fucsias y sillones morados. Todo es de madera. Claudio comenta que la casa está hecha de barro.
Se escuchan gritos desde el segundo piso: “¡Vamos, vamos, que hoy ganamos! ¡Arriba el ánimo en la casa!”. Es Malucha Pinto, quien está 20 minutos atrasada, pero en esa casa todos esperaban que así fuera. Baja la escalera vestida de negro y con sus distintivo peinado de corona de trenzas.
Se acerca y saluda cariñosamente. Tiene un agradable olor herbal. Después va a la pieza de su hijo, Tomás, y se escucha como lo saluda con ánimo y palabras de esperanza. Intenta tomar el desayuno, pero está nerviosa. Se le hace imposible. Claudio se preocupa que coma algo o, por lo menos, que tome té.
Comenta que los aros que está usando se los regalaron en la campaña, una persona del sur, y que le especificaron que se lo pusiera cuando fuera a votar. Hoy está de aniversario con su pareja, llevan siete años, pero decidieron posponer la celebración para otro día. Hoy había otra preocupación. Dudan de lo que pueda pasar y de los resultados, pero se tratan de convencer entre ellos. La llaman por teléfono. Es la felicidad por los resultados de los votos en el exterior, está ganando el Apruebo.
Malucha y Claudio antes de salir a votar - Foto por: Laura Rodríguez
A las 8.35 sale a votar. Se dice a sí misma: “Carné, lápiz y el celular, todo bien”. Pero se da cuenta de que no llevaba la mascarilla, y vuelve a buscarla. Lleva a Patricia, la cuidadora de su hijo, a la comisaría, ya que se tiene que excusar de no poder votar, porque está inscrita en Iquique. Se sorprendió de la larga fila de personas que ya se encontraba a esa hora en la comisaría. Después, camino a su local de vocación, se dio cuenta de que era otro:
“¡Menos mal que revisamos! Ya sé dónde es, fue uno de mis primeros locales de votación”, dice Malucha.
Tiene que votar en la Escuela Santa Victoria, en la calle Cruz Almeyda, cerca del metro Los Orientales, en Peñalolén. Se baja del auto y un poco antes de llegar, empieza a hacer un live en Instagram, algo que hace recurrentemente en esta red social. De inmediato, 95 personas se conectan. “Hola, buenos días. Acá vamos tempranito, a votar con toda la esperanza, con toda la alegría, con todo el newen…”, comienza Malucha en su live.
En el local de votación, su mesa es la 140, la del fondo. La gente que ya estaba en el colegio la reconoce, pero la miran tímidamente. Ella se sorprende por los cambios del edificio, aprecia los murales coloridos y comenta que antes todo era gris. Se ve ansiosa e inquieta, nerviosa también. Llega a la cancha donde se disponen las mesas desde la 139 hasta la 144, se acerca a su mesa y la vocal le dice “yo a usted ya la tengo identificada”. Ambas se ríen. Cuando sale de la urna, pide que le tome una foto. Firma y deposita el voto. Sigue nerviosa. Quiere que todo se acabe y recién son las 9.10 de la mañana.
Escuela Santa Victoria - Foto: Laura Rodríguez
Sale del local de votación y se acerca una señora a darle las gracias por su trabajo. La abraza con emoción. Cuenta que le cayeron lágrimas cuando marcó su voto y antes de subir al auto sube fotos a su Instagram de la votación. Ya camino a su casa, en una esquina, otra mujer la reconoce y le da las gracias. Eso la anima, pero los nervios siguen invadiéndola. Escucha la radio mientras sube por Grecia, ve los locales llenos de personas y se le dibuja una sonrisa en la cara. Pasa a buscar a Patricia a la comisaría donde la dejó.
“A pesar de haber mucha gente, avanzaba súper rápido. Había muchos carabineros trabajando”, dice Patricia.
“¡Qué bueno, Paty! Me alegra. Ahora llegamos a la casa y salimos con Claudio a votar”, le responde Malucha.
Claudio se quedó con Tomás, su hijo que tiene parálisis cerebral. Patricia es quién lo cuida, pero ya que tenía que hacer el trámite en la comisaría, Claudio estuvo con él. Ya casi llegando a su casa, hablaban de la contingencia, y cuando estaban en Antupirén doblando para entrar a la comunidad ecológica, Malucha reflexiona: “En Chile las personas tienen miedo. Caló muy hondo esa sensación y romantizamos sacarnos la mierda por todo, y no debería ser así. El Estado ha sido inválido por mucho tiempo, esperemos que lo podamos cambiar”, dice y suspira. Después, guarda silencio durante todo el camino hasta llegar a la casa.
Acompaña a Claudio a votar, en Ñuñoa, en una escuela básica, en Grecia con Juan Moya. La constituyente se ve más nerviosa aún. Pasa al baño. Se para afuera de la mesa de su pareja a esperar. Manos en los bolsillos, tararea una canción, se arregla su chasquilla y mira para todos lados. No está tranquila, tampoco alegre. Más bien seria.
“¿Qué pensarán los milicos?”, dice mientras los mira.
Se encuentra con alguien en el centro de votación y la abraza por mucho rato. Por un segundo parece que el alma le vuelve al cuerpo. Comentan un par de cosas y al final se dicen “que pase lo que tenga que pasar”, una de las frases que más dirá está tarde. Ya fuera de la escuela, llama por teléfono a la “Pao”, su exnuera pero gran amiga, para coordinarse:
“Yo creo que tengo champaña y un Aperol”, le dice por teléfono
“Que buena idea. Yo tengo garbanzo en caja también”, le responde
En el auto, subiendo por Grecia, todo es silencio. Malucha no tiene ganas de hablar. Claudio da los resultados de los votos en Australia y ella no comenta nada. Solo mira para afuera y mueve los dedos contra el vidrio. Escucha a la ministra Camila Vallejo en la radio: recién son las 10:37 horas y hay taco en las calles cerca de los locales de votación. Pasan 10 minutos y Malucha cae dormida en el asiento del copiloto. La ansiedad, los nervios y el miedo ganaron en su cuerpo. Solo despierta al llegar a su casa.
17.20 y hay ocho personas alrededor de la televisión. Están en el patio, hoy hubo alrededor de 22 grados. El Rechazo va ganando en Magallanes. Todos se convencen con distintas cosas: es la primera mesa, dan lo mismo las regiones, solo quieren mostrar eso para que la gente salga a votar. Malucha está en el centro en un sillón morado, mirando. Alrededor está su nieta Almendra, sus dos amigos «Tito» y Claudia, su amiga y exnuera Paola y su vecino Marco con su hijo. También está su pareja, Claudio.
Familia viendo el conteo de votos - Foto: Laura Rodríguez
Ahora va mejor, 47 votos para el Apruebo y 69 votos el Rechazo, aunque antes era 20-50. Hacen zapping, pero para ellos es peor la situación: de nuevo el Rechazo está ganando por paliza.
“Contaba con que en Magallanes ganara el Apruebo”, dice Malucha impactada.
Hay silencio. El Rechazo gana en casi todos los canales. Sentada, Malucha mueve la pierna aceleradamente. Se sacó los aros. El resto de los invitados de la casa está pegado a sus celulares, nadie quiere hablar ni ver la tele. Y solamente llevan cinco mesas escrutadas en una región.
A las 17:50 Malucha entra a su casa, agarra su celular que tenía cargando, apaga la vela en una especie de altar y se va a acostar al sillón, adentro de la casa. En el altar hay un cuadro de su papá, Aníbal Pinto. Al otro lado, una fotografía de una bailarina, que podría haber sido su mamá. Suspira.
18:03 y un colegio de la comuna de Santiago empieza con el conteo. Malucha se vuelve a reincorporar al grupo. También gana el Rechazo.
“Cagamos, si partimos así, cagamos. 9-23 la diferencia, ganando el Rechazo”, dice Tito.
“Amor, vamos a acostarnos, y despertemos mañana”, le dice Malucha a su pareja entre risas nerviosas.
Cuando muestran las votaciones de Peñalolén y ven que el Rechazo también va ganando, su vecino se va. Son recién las 18:15. “No lo puedo creer”, ”cagamos”, son las frases que más se repiten.
Empieza a oscurecer. Entran todas las cosas, ordenan. Pero la tele está prendida y siguen escuchando que el Rechazo gana.
“Me voy a poner mi delantal, mis chalitas y voy a lavar todo. Ya no soporto ver esto”, dice Malucha y se dispone a lavar, mientras el resto está en el living rodeando el televisor en silencio.
Claudio se para y la abraza. Su amigo igual. Está triste, más bien desesperanzada, igual que todos en la casa.
18:42. Primer total nacional con 0,83% de las mesas escrutadas: 52% Apruebo, 47% Rechazo. Volvió por un segundo la alegría y la fe. Gritaron, se abrazaron y saltaron, pero no estaban confiados. Sabían que estos números eran con los votos del exterior, pero disfrutaron esos segundos de felicidad.
Diez minutos más tarde el panorama era distinto. Con 1,54% de las mesas escrutadas, 54% para el Rechazo y 45% el Apruebo. Malucha no sabe dónde ir. No sabe qué hacer. Se sienta al lado de su pareja, suspira, ve su celular.
“Tranquila”, le dice Claudio mientras le hace cariño en el pelo.
19:11 horas. Con el 6,4% de las mesas escrutadas, el Rechazo se impone con 62%. Nadie en la casa lo puede creer. A Malucha se le ponen los ojos llorosos. Su amiga corre a abrazarla: “País culiao”, le dice su amiga.
“¿Cómo explicamos las marchas? ¿Los apruebazos?”, dice Malucha, mientras sacude la cabeza de un lado al otro.
Hablan de lo que creen que pasó. Que a las personas les dio miedo la nueva constitución. Que se supone que le iban a quitar las casas, la plurinacionalidad, las pensiones no heredables. Se culpan de no haber llegado a la gente con más ganas. Escuchan en silencio la tele, donde hablan representantes de Amarillos por Chile, y critican a los constituyentes. Ahora ven el comando de Vamos por Chile. Malucha no habla, no comenta. Con suerte, respira.
Empiezan a mostrar las calles y la gente celebrando en Vitacura y Providencia.
“Me recuerda al golpe todo lo que está pasando. Cómo se apropian de las banderas chilenas, la palabra unidad, de salvar a Chile mientras toman champaña. Ellos trajeron el país hasta este punto”, dice con nostalgia.
Su amiga Carolina pregunta si hace té. Todos responden que sí. Mientras, Malucha comenta algo que le pasó:
“Hoy en Facebook alguien me puso: ‘¿Cómo no te das cuenta Malucha Pinto que tú eres rara? Tú eres distinta. Nadie en Chile es como tú. Ubícate’. Pero es que hay algo que uno cree, quizá, es una manera de ver el mundo distinta parece”.
Carolina dándole la mano a Malucha - Foto: Laura Rodríguez
En su casa, todos siguen discutiendo qué va a pasar mañana, en los próximos días. Cuáles son los pasos a seguir, en qué se equivocaron o en sus tristezas. Mientras, Malucha se pierde en una habitación. A un costado de la puerta donde se escabulló, hay un cuadro de Salvador Allende, con un casco y una pala junto a obreros. Al frente de ese cuadro está la mesa de trabajo de Malucha. Con computadores con stickers del Apruebo y de sus comandos, con libros y con una libreta abierta donde muchas veces estaba escrita la frase “Hasta que la dignidad se haga costumbre”.
Por Antonia Flores y Rocío Romero
Producción: Patricio Cuevas, Pablo Fontena, Victoria Parra y Estela Saure.