El 8 de noviembre, Pedro Bustamante Babbonney, de 44 años, fue atacado y apuñalado mientras dormía en su ruca junto a Leonidas Panez en la intersección de Alameda con Exposición. En medios de prensa, se replicó la información en que daban por muerto al único sobreviviente del asesinato en serie de Estación Central. Pedro, tras ser atacado, intentó rehabilitarse de sus adicciones.
Por Rayén Carvajal y Gabriela Piña
29 de Enero de 2021
—Mi mami escucha la palabra “fallecido” y ella es la que se muere de un infarto.
La madre de Pedro Bustamante (44), Silvia Babbonney, tiene 80 años y problemas en el corazón. Ha sufrido dos infartos. En 2019, fue operada y su familia ha pasado estos últimos meses con temor. Primero fue por el Covid-19; luego el miedo fue otro: que la anciana viera en televisión o escuchara en la radio que el menor de sus hijos, Pedro, fue asesinado. Pese a las precauciones de sus cercanos, eso ocurrió: Silvia sufrió por la muerte imaginaria de Pedro y recibió condolencias.
Bustamante figuró en la prensa como una de las víctimas fatales del asesinato en serie de personas en vulnerabilidad social en Estación Central. Ema (50), la hermana de Pedro, desmintió la información, pero el daño ya estaba hecho. La muerte era falsa; el dolor de Silvia, no.
Pedro es su hijo menor, el conchito de sus nueve retoños; el único que tuvo sólo por poco tiempo un trabajo formal en un restaurante, dos años como garzón en el Eladio; el que no pudo construir un hogar ni escapar de sus adicciones; el que se hizo conocido porque fue atacado el 8 de noviembre a las 03.23 horas en Estación Central. Es el hombre que recibió cuatro estocadas, un golpe en la cabeza y sobrevivió.
Para su familia, la tristeza por el destino de Pedro es comparable con el destierro que vivieron en dictadura.
El patriarca fue exonerado y la familia tuvo que emigrar a Argentina. Volvieron a Chile en 1980, cuando Pedro tenía apenas 4 años. Se instalaron en una población en Pudahuel, pero, incómodos por el ambiente que se vivía en el lugar, se trasladaron a la Región del Bío Bío, a un pueblo ubicado en las cercanías de Concepción. Allí, Pedro vivió hasta la adolescencia.
Sus hermanos retornaron paulatinamente a la capital con la intención de encontrar un campo laboral más amplio. Cuando gran parte de su familia ya se había instalado en Santiago, él tomó el mismo camino y llegó a vivir con uno de sus hermanos mayores. Se convirtió en vendedor ambulante.
—Ahí comenzó con amistades peligrosas —dice Ema, su hermana.
***
El calvario que ha tenido a Pedro más de una vez al borde de la muerte se inició con el consumo excesivo de alcohol. Después la situación empeoró y comenzó a abusar de otro tipos de drogas duras. Terminó viviendo en la calle siendo menor de edad.
Silvia, quien ya había enviudado, decidió intervenir. Dejó su cómoda vida en el sur y viajó a Santiago para estar cerca de su hijo y tratar de enmendarlo. Llegó a vivir al denominado ‘gueto más grande de Chile’, la población Bajos de Mena en Puente Alto, un ambiente hostil, muy distinto al que esperaba para pasar su vejez.
La situación tras la mudanza, lejos de mejorar, se volvió insostenible. Silvia no tenía herramientas para manejar las adicciones de su hijo, que desaparecía constantemente. Al poco tiempo, se fue a vivir con su hija Ema, pero le arrendó una pieza a Pedro por unos meses. Su pensión no le permitió mantener esa ayuda. Pedro entonces volvió a las calles. Se movía principalmente en Estación Central, por el bandejón de la Alameda. Lo poco que ganaba, lo gastaba en drogas.
—Todos mis hermanos estudiaron una profesión, no universitaria, pero sí tratamos de progresar. Lamentablemente, él fue el único que se nos quedó pegado —se queja Ema.
***
La calle no es un lugar seguro. Pedro había sido atropellado y apuñalado antes del 8 de noviembre. Cada vez que ha pasado por una crisis, busca a su familia e intenta rehabilitarse. Una y otra vez lo intenta; una y otra vez fracasa.
Ema, pese a todo, destaca lo bueno: Pedro nunca ha tenido problemas legales, no ha delinquido.
—Para nosotros, él era un niño azul, tranquilo, criado en una familia con muchas normas y muchas restricciones. Se quedó en la calle, no por delincuente, sino por las adicciones. Y eso yo le reclamaría al Estado, que hay gente que se puede rescatar de la calle, que abren los albergues para el invierno, pero en el verano los cierran. Y no hay un seguimiento de las personas.
La madrugada del 8 de noviembre, Pedro estaba en su ruca con Leonidas Vicente Panez (48). Habían bebido y dormían cuando un hombre de jockey negro y pantalón de buzo militar, los despertó abruptamente. Atacó primero a Pedro. Golpes en la cabeza y cuchillazos.
—Me dio cuatro puñaladas y después apuñaló a mi amigo Vicente, el cual comenzó a huir por la Alameda en dirección al poniente y no me acuerdo más. Perdí el conocimiento y desperté en la Posta 3 —declaró Pedro en Fiscalía.
Leonidas Vicente no despertó.
***
Pedro, tras ser dado por muerto, estuvo en un albergue temporal en el Instituto Nacional Barros Arana (INBA), en Quinta Normal. Su familia le llevó ropa y útiles de aseo y lo escuchó narrar el escalofriante relato del episodio que casi le cuesta la vida. De su atacante, no recordaba mucho, salvo que tenía frenillos.
Allí sus heridas comenzaron a sanar. Dejó de beber, comenzó una terapia y recibió la visita de autoridades del Ministerio de Desarrollo Social. Como tantas otras veces, prometió que iba a cambiar el curso de su vida.
Luego de un par de semanas, recaló en el Noviciado Salesiano de Macul. Su familia volvió a creer en él. Lo veían alejado de sus vicios, decidido. Su hermana incluso le compró un teléfono celular para no volver a perder el contacto. Creyó que tal vez ahora, tras estar al borde de la muerte, Pedro iba a vencer en la lucha contra sí mismo.
Fuimos a buscarlo a ese lugar. Ya no estaba. En las primeras semanas de enero, había retirado el 10% de su Fondo de Pensiones —ese dinero de cuando fue mozo— y había vuelto a las calles. El teléfono que le compró su hermana suena sin respuesta. En Estación Central, otros vagabundos dicen que lo han visto bebiendo cerca del Estadio Víctor Jara. Una de sus hermanas también lo vio hace unos días: borracho en un bandejón de la Alameda.
Equipo: Camila Bazán, Rayén Carvajal, Constanza López, Valentina Sánchez, Gabriela Piña y Rodrigo Verdejo.
Ilustraciones: Marco Valdés
Edición: Ivonne Toro y Sebastián Palma