Durante una investigación sobre la iglesia chilena, el periodista y académico de la UDP, Cristián Amaya, viajó en 2023 a La Chimba, uno de los sectores más vulnerables de Antofagasta. Allí sostuvo una extensa conversación con el jesuita Felipe Berríos, sobreseído la semana pasada de las denuncias de abuso sexual en su contra. En la entrevista -inédita hasta ahora y que V240 publica en exclusiva-, Berríos dice sentirse abandonado por sus compañeros de la Compañía de Jesús, fustiga a la Fundación para la Confianza y por primera vez aborda en detalle las acusaciones y el modo en que decidió enfrentarlas.
Por Cristián Amaya
17 de Diciembre de 2025
Sentado a la mesa de su mediagua, en el campamento Luz Divina, Felipe Berríos, fundador de Techo y quien fuera una de las voces más influyentes del país, dice que atraviesa “el momento más duro de mi vida”. Lleva meses fuera del espacio público y su nombre está cuestionado.
Es junio de 2023 en La Chimba, una de las poblaciones más vulnerables de Antofagasta, donde el jesuita ha vivido durante la última década. Viste su clásico overol gastado y sus bototos negros. Mientras sirve té, confiesa: “Hasta el día de hoy los curas (de la Compañía de Jesús) no me han preguntado si soy inocente o no, ni cuál es mi versión”. Habla sin filtro, dolido, con una mezcla de calma y amargura. Afirma la Fundación Para la Confianza, encabezada por el abogado Juan Pablo Hermosilla, lo desacreditó sistemáticamente. “Si yo fuera un abusador, habría sido repetitivo en el tiempo”.
El caso se remonta a 2022, cuando los jesuitas abrieron una investigación canónica al considerar verosímiles varias acusaciones de abuso en su contra. Entonces, Berríos alegó inocencia y, a través de una autodenuncia, pidió a la justicia civil que investigara los hechos.
Al momento de la entrevista en La Chimba, seguía pendiente el proceso administrativo penal del Vaticano, y también avanzaba la investigación del Trigésimo Cuarto Juzgado del Crimen de Santiago. Ese tribunal resolvió acreditar un hecho de abuso sexual en contra de una menor, aunque luego aplicó el sobreseimiento, porque el delito había prescrito hacía más de veinte años.
La semana pasada, la Primera Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago confirmó el sobreseimiento total y definitivo, y aclaró que no es posible manifestarse sobre la veracidad de los hechos o la culpabilidad del investigado. Tras el fallo, Berríos, mediante un comunicado, dijo haber cargado por más de tres años con un “daño reputacional enorme”, pero que “la verdad me ha hecho libre”. También declaró que el juez de primera instancia “se excedió en sus atribuciones” y que la resolución “implica que las elucubraciones e inferencias a las que llegó la primera resolución carecieron de todo sustento y prueba”.
Por su parte, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede dejó sin efecto su expulsión de la orden y la prohibición del ejercicio del sacerdocio instruida en 2024, bajo el argumento de que no logró “suficiente certeza moral sobre la comisión de los delitos denunciados”.
Berríos se explaya en su versión de los hechos. Defiende que nunca hubo “relaciones sexuales, ni consentidas ni obligadas, no hay desnudos, no hay tocación de genitales, no hay beso, no hay palabras soeces ni libidinosas”.
Explica que la acusación más grave provino de una mujer que denunció un abuso en la sacristía del colegio San Ignacio El Bosque cuando tenía 7 años, donde “había una cama y que yo tuve relaciones sexuales con ella, que la violé… pero eso fue rechazado por la investigadora”. Agrega que “esa misma cabra, a los 14 años, la mamá la lleva a mi oficina porque había tenido relaciones sexuales con el pololo y estaba angustiada, porque ya no era virgen… y (la menor acusa) que en esa reunión le toqué los muslos, le toqué los brazos… y que le di una palmada en el poto”.
Berríos afirma, además, que la denunciante estaba en tratamiento psiquiátrico y que desde los 10 años tenía “imágenes sexualizadas con su papá… y con un empleado de la casa del abuelo”, y que después de veinte años “va a la Fundación para la Confianza y ahí le meten en la cabeza que es conmigo”. Al respecto, asegura que tiene la certeza de que el caso lo habían preparado, al menos, ocho meses antes de presentar la denuncia. “(José Andrés) Murillo le dijo a un periodista que estaban haciendo una investigación que va a ser una bomba para la iglesia chilena, que con esto la vamos a callar”.
En medio de la conversación, Berríos abre en el celular una carta que le había escrito hace unos meses a Arturo Sosa, el superior general de la orden en Roma. Se pone los lentes y con la voz quebrada empieza a leer algunos extractos de su renuncia a la Compañía de Jesús, el cierre de una vida religiosa de más de tres décadas:
“Durante todos estos años he sido un jesuita profundamente feliz y siempre pensé y dije que moriría como jesuita. Le escribo para solicitarle formalmente, con tristeza, serenidad y delante de Dios, la dimisión de la Compañía. La situación que se ha creado por las denuncias recibidas en mi contra hace imposible que siga en ella. Seguiré mi vocación de vivir el evangelio y dar testimonio de él, pero ya no en la Compañía de Jesús.
No tengo rencor hacia nadie, solo una tristeza profunda por haber tenido que tomar esta decisión definitiva. No puedo seguir siendo parte de un grupo que en todos estos meses nunca me preguntó cómo estaba, que me maltrató y desconfió de mí. El daño de mi dignidad como persona y sacerdote ha sido muy profundo y doloroso. Pero lo más grave es que la propia Compañía ha contribuido a mi descrédito, sin haber tenido en ningún momento al menos el derecho a la duda respecto a las denuncias interpuestas y la acogida incondicional que se espera de un padre, de unos hermanos y amigos del Señor. Los protocolos nos están matando…
Cuando más necesité del apoyo de la Compañía, la Compañía me abandonó. Y aún más, me deshonró públicamente a través de los medios de comunicación social. No ha habido una sola palabra de compromiso con mi persona. No parece que sea yo alguien que pertenezca a la Compañía, todo lo contrario, yo soy su enemigo…
Usted sabe que mi persona es conocida por mucha gente, para lo bueno y para lo malo. Fui acusado de hechos de connotación sexual y algunas denuncias los sitúan en un contexto de confesión. No he cometido los hechos que se me imputan. Habré podido cometer errores en el trato con algunas personas, pero absolutamente nunca he abusado de una sola persona.
Espero que esta investigación y un juicio transparente en los tribunales ordinarios puedan demostrar mi inocencia. Hasta ahora nada de eso se me ha permitido. Ni el derecho canónico ni el modo de interpretarlo cumplen con los estándares judiciales convencionales… la aberración que significa comunicar en público un hecho que puede ser falso y que, sin embargo, te arruinó la vida…”.
—¿Qué le respondió el superior general?
—Que para salirse de la Compañía había que seguir tal protocolo.
—¿Nada más?
—Nada más.
En la puerta trasera de su vivienda cuelga un artículo de prensa enmarcado: “Hiroo Onoda, el último japonés en rendirse”. Se trata de la historia de un soldado que luego de las bombas de Hiroshima y Nagasaki y de la invasión soviética en Manchuria, continuó la guerra por casi treinta años, oculto en la selva, negándose a creer que el conflicto bélico hubiera terminado. En un párrafo, el reportaje dice: “Siguió fiel a la misión que le habían ordenado: jamás rendirse y, menos, caer prisionero”.
Por Francisco González y Benjamín Puentes