Por Monserrat Carrión y Javier Guerra
9 de Octubre de 2024
Hace meses que no han logrado hablar con sus familiares en Gaza. Todo lo que saben es a través de las noticias y las redes sociales, donde apenas pueden ver las crudas imágenes del genocidio sin estremecerse hasta las lágrimas, como si fuera una pesadilla de la que no pueden escapar, repleta de edificios destruidos, niños muertos, mujeres gritando de horror y hombres buscando entre los escombros.
Por eso, Mohammed Albalawi no tiene respuestas cuando le preguntan por su familia. Solo tiene dudas. “¿Están viviendo?, ¿todavía están vivos?, ¿dónde están?, ¿qué les pasó?”, dice, mientras se soba nervioso las manos.
Albalawi y su esposa Rasha Nayef viven en una casa esquina de dos pisos, en un tranquilo barrio residencial de Ñuñoa, junto a Kenan, el hijo de ambos que nació hace seis años en Santiago. Tienen un perro que ladra en el antejardín. En la reja hay un cartel que promociona productos árabes y, más cerca de la puerta de entrada, dos banderas palestinas dan la bienvenida.
“No es un tema del que nos guste hablar”, agrega Mohammed con la voz entrecortada. “Es difícil preguntarles cómo están, porque yo sé cómo están y entiendo por lo que pasan. Pero hoy es mucho más horrible que antes” .
Mohammed cuenta que estos meses ha perdido primos y amigos, y que los que quedan solo intentan sobrevivir.
A su lado, Rasha, con el pelo cubierto con un hiyab, se emociona con tan solo escuchar la palabra Gaza. Un gato que se pasea por la casa se acerca cuando la ve llorar.
Ella llegó a Chile en 2016, un año después que Mohammed. Enseña inglés y árabe en Santiago, y dice que no ha sido fácil adaptarse a este país. Después de todo, son la única familia de Gaza en Chile, asegura. Desvía la mirada cuando cuenta que sufrió un aborto espontáneo hace poco. Cree que la afectó la situación en la Franja y el estrés por estar lejos de su familia en estos momentos. “Ahora mi salud está bajando. Por cualquier cosa me enfermo, porque mi cuerpo está cansado. No puedo comer, no puedo dormir, toda la noche con las noticias (de Gaza)”.
Al igual que Mohammed, tiene 36 años y en su cuenta de Instagram ha encontrado un refugio donde expresar sus sentimientos, a través de imágenes donde sale su hijo Kenan y paisajes de Gaza antes del 9 de octubre de 2023, cuando comenzó el asedio total por parte de Israel, que ha dejado más de 40 mil palestinos asesinados.
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Viene saliendo de una larga gripe y para evitar la tristeza que la invade recordar a los parientes y amigos que ha perdido o de los que no tiene noticias hace tiempo, habla del café árabe, ofrece hummus, cuenta que asisten a la mezquita As-Salam de Ñuñoa y llama a Kenan, que está en el segundo piso, para que salude. El niño baja corriendo por las escaleras. Estudia en el Colegio Árabe y habla español mejor que sus padres. También sabe inglés y árabe, y dice que no le gusta educación física.
Rasha lo mira con una sonrisa y pareciera que su presencia le ha dado el valor que necesitaba.
Explica que antes, cuando ella vivía en la Franja, sentía que había cierta normalidad en medio de la difícil situación de la zona, de escasos 360 metros cuadrados, ahogada por un bloqueo de casi dos décadas por parte de Israel, con condiciones de vida restringidas, bombardeos constantes y mucha incertidumbre. “La gente siempre tenía miedo a la guerra, no sabíamos en qué momento podía empezar”, señala.
“Soy la mayor de una familia grande. Tengo seis hermanos y tres hermanas. Terminé la universidad y estudié un magíster. Me sentía feliz por eso”.
Actualmente su familia en Gaza ha sido desplazada. Dice que cuando ha podido hablar con ellos, siente vergüenza de preguntarles cómo están. “Un año de genocidio, un año de guerra, a ellos no les queda nada. Solo me responden ‘estamos vivos’. No tienen ganas de explicar”.
Habla del marido de su hermana, de una amiga muy cercana, de la familia de su amiga, con hermanos, un suegro, tías, un bebé de 1 año, todos muertos.
Cuenta que hoy los palestinos no tienen recursos para sobrevivir, “porque no tienen agua ni comida. Las personas acá me dicen que tengo que estar tranquila y tener paciencia, pero en este momento no creo que haya paciencia ni tranquilidad”.
Lo único que le da algo de paz es saber que has podido recibir algo de ayuda internacional, “pero ahora ellos están en silencio…”.
El testimonio de Rasha Nayef para V240
Rasha recuerda que conoció a Mohammed en el hospital Al Shifa. Hoy el edificio está en ruinas, tras dos ataques del ejército israelí, que argumentó que era un centro de operaciones de Hamas. Pero antes era reconocido como el mejor hospital de Palestina y el más grande.
Rasha ingresó como paciente. Mohammed trabajaba allí como enfermero y se acercó a ella para preguntarle si necesitaba algo, porque era el mes de Ramadán y había poco personal de salud. “Le expliqué que tenía que tomar medicamentos por un tratamiento que seguía, pero interrumpiría el ayuno y no quería hacerlo. Entonces él se ofreció a ayudarme en los turnos que pudiera”, relata.
Hospital de Al-Shifa, donde Mohammed y Rasha se conocieron. Hoy se encuentra destruido.
Después del alta, siguieron conversando por tres meses. “Un día llamó y me preguntó si me quería casar con él y cortó -cuenta Rasha, sonriendo con los ojos-. Nunca habíamos hablado de amor o de casarnos”.
Pocos meses después del matrimonio, Mohammed viajó a Chile. “Yo decidí salir del país para buscar más futuro”, explica él.
Pero salir de Gaza no fue fácil.
“Desde que estudiaba en la universidad que quería salir de Gaza -relata Mohammed-. La situación allá era muy difícil. Teníamos agua solo algunas horas al día y solo seis horas de luz. No tienes libertad para salir de allí. Siempre estás con miedo de que caiga un misil en tu trabajo o en tu casa”.
“Sobreviví a la agresión del ejército israelí de 2002. A la de 2012. Pero fue en la de 2014 cuando me convencí de que debía irme pronto”. Esa incursión fue bautizada como “Operación Margen Protector”. Murieron más de 2 mil palestinos en Gaza. La mayoría civiles; entre ellos, mujeres y niños.
Mohammed había hecho amistad con una familia chilena por Facebook que, al enterarse de lo que sucedía, le ofreció ayuda para venirse a Chile. “Yo no sabía nada de este país. Busqué en Google. Ahí supe que había muchos palestinos y que podría trabajar como enfermero. Pero necesitaba visa para viajar”.
Khan Younis, ciudad ubicada en el sector suroccidental de la Franja de Gaza, fue destruida casi en su totalidad por bombardeos de Israel. Foto: OCHA/Themba Linden
Para realizar el trámite, tenía que ir a la embajada de Chile, que está en Ramallah, pero ningún gazatí puede salir de la Franja sin un permiso de Israel, que puede tardar meses en ser aceptado o rechazado. “Entonces tuve una idea. Mandé mis papeles por DHL y desde la embajada me los regresaron con la visa timbrada. ¿Sabías que la visa dura solo tres meses?”.
Su plan era viajar a Egipto, pero la frontera solo se abre algunas veces, por lo que Mohammed tuvo que inscribirte en una lista y esperar a que te llamen. “Pasó una semana, un mes, dos meses. Y mi nombre no aparecía”.
Cuando faltaban cuatro días para que venciera, decidió ir de todos modos a la frontera. “El tiempo se me acababa y no tenía opción. Ahí empiezan a llamar. Y no me preguntes por qué ni cómo… De repente escucho mi nombre. Fue porque Dios quiso. Ni siquiera tuve tiempo de avisar que me iba”.
Demoró cerca de 12 horas en llegar a El Cairo, por la cantidad de controles que hay. “En el camino llamé a la familia chilena y ellos me compraron el pasaje a Santiago, con escala en París. Estaba contra el tiempo”.
Varias zonas humanitarias de Gaza han sido bombardeadas por Israel. Foto: OCHA/Yasmina Guerda
Sin embargo, antes de embarcar, un funcionario lo paró y le preguntó si tenía visa para entrar a Francia. No la tenía. Desesperado, buscó otra opción, un vuelo que fuera directo, “pero no había ninguno. Hasta que llegó la noche… Y una segunda noche… Me quedaba un día de visa, cuando veo en mi whatsapp que la familia chilena me envía otro pasaje: Egipto, Qatar, Brasil, Chile. Veintidos horas de vuelo. Pensé: no llego a tiempo”.
Abordó de todos modos el avión, pensando que tendría que volverse. “Fue un viaje largo y angustioso. Pero, ¿sabes?, ¡llegué a Chile 15 minutos antes de que se venciera la visa! Me ayudó la diferencia de horas.
Mohammed dice que no lo podía creer.
Su primera meta en el país fue aprender español. “Lo hice viendo tutoriales en Youtube”. La segunda era revalidar su título de enfermero, lo que hizo en la Universidad de Chile. “Trabajé como secretario y estudiaba. Cuidé adultos mayores y estudiaba. Vendí comida árabe en la calle y estudiaba”.
“Cuando Rasha llegó a Chile, ni siquiera tenía un departamento para recibirla. Por suerte me prestaron uno para cuidarlo”.
Vivieron un tiempo en uno de los guetos verticales de Estación Central y el choque cultural fue complejo para ambos. “Nuestra cultura es distinta a la de acá, que es más abierta. La nuestra es más conservadora (…). No fue fácil para nosotros, pero con el tiempo empezamos a entender a la gente”, comenta Mohammed, quien hoy es enfermero en el hospital Dra. Eloísa Díaz, en La Florida.
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“Todo era tan distinto a Gaza”, dice Rasha. Ella demoró en adaptarse: “Yo buscaba algún lugar para aprender español, porque Mohammed estaba todo el día en el trabajo. Estaba sola y nadie hablaba inglés, entonces no podía salir a la calle (…). El problema era que no me podía comunicar con las personas, extrañaba todo, estaba entre cuatro paredes, no salí en dos semanas. Me sentía estresada y pensaba ‘cómo voy a vivir así’ y lloraba”.
“Al comienzo me sentaba en el balcón y veía a las personas caminar por la calle, saliendo, disfrutando, y yo no. Esa no era mi vida y tenía que buscar una solución sí o sí”. Entonces, le preguntó a Mohammed las indicaciones para poder salir y volver a su casa, sin perderse. “Me compré un chip de internet y tenía todo listo en mi celular”, relata.
En la calle se enfrentó a las miradas de la gente. “Las personas acá no están acostumbradas a ver una musulmana. Solo saben lo que ven en las películas o en las noticias. Incluso me han preguntado por qué dejo que me sometan”.
Mohammed mira a Rasha en silencio. Pensar en el cambio de vida de ambos y en todo lo que han pasado en Chile estos años, le trae a la memoria a su familia que dejó en Gaza. Dice que sus hermanos pudieron salir a tiempo de la Franja. “Solamente quedó mi padre, pero con esta agresión no sé nada de él hace dos meses casi. Solo sé información por amigos, quienes me cuentan que está bien… hasta el momento”.
Por Valeria Castellanos