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Desesperadamente buscando a Pelé
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Desesperadamente buscando a Pelé

La gente en Santos se esfuerza en mostrar el gran puerto de la ciudad, el enorme jardín de la playa y las gloriosas fachadas de su época de oro. Pero aquí todo, aquella calle, aquel museo, aquel mural, remite a un solo nombre: Pelé. Esta es una crónica de un viaje a la ciudad de “O Rei”, antes de su muerte, ocurrida el 29 de diciembre, a los 82 años.

Por Gazi Jalil F., desde Santos, Brasil

9 de Enero de 2023

Las reacciones alérgicas a los tatuajes temporales de henna natural son muy raras. Pero cuando la pasta se mezcla con tintes sintéticos para el pelo, por ejemplo, de manera que en la piel parezca un tatuaje de verdad, en cinco a diez días ocasiona ampollas, comezón y cicatrices que duran varios meses y puede que nunca desaparezcan. Es posible, además, que provoque problemas renales y hay información médica que advierte que es potencialmente cancerígena. De hecho, y solo para abundar: los tatuajes con henna negra están prohibidos en muchos países. Los artículos que acabo de leer sobre el tema vienen todos acompañados de fotos escalofriantes, que muestran pieles destrozadas y enrojecidas, como si alguien las hubiera marcado a fuego. 

De haberlo sabido, claro, nunca me hubiera hecho uno. 

 

***

 

El Point 44 es un restaurante de Gonzaga, el barrio donde se concentran las tiendas, los hoteles y el circuito gastronómico de Santos. Allí vive también la gente más rica de la ciudad: ejecutivos portuarios, empresarios de la construcción e ingenieros petroleros, que en los últimos años han llegado en masa desde todo Brasil atraídos por el auge que vive este puerto a menos de una hora de Sao Paulo. 

El Point 44, un local de música en vivo, noches bailables y menús rápidos, no tendría nada realmente especial si no fuera porque Luis Roberto Gazollo, su dueño, inventó a fines de los 80 una promoción para salvar su restaurante de la quiebra. Fue para un partido entre Brasil y Perú, me contó. En el comedor tenía un par de pantallas gigantes para ver fútbol y entonces se le ocurrió publicar un aviso: por cada gol de Brasil, un schop gratis a los clientes que ya hayan pedido uno. Esa tarde, Brasil goleó ocho a cero a Perú. Al otro día, más que la goleada, el comentario era la promoción del Point 44. 

-Todo el mundo hablaba del tema, decían que yo estaba loco, que me iba a ir a la bancarrota –decía Gazollo-. Pero venía más y más gente, el restaurante comenzó a salir en las noticias después de cada partido y esto se transformó en un éxito. 

Gazollo habla en la puerta de su local, mientras despide a los clientes que a la hora de almuerzo repletaban las mesas.  

-Otros restaurantes han intentado replicar la idea, pero no les resulta, son lugares pequeños y así no es negocio. Para mí sí, aquí caben 400 personas y logramos el equilibrio –explica. 

Gazollo es fanático del Santos FC. Puso una gran bandera con el escudo del equipo en el escenario, como única escenografía. Así que la promoción también corre para los partidos del Santos, dice, incluso cuando en 2010 el equipo le ganó a Naviraiense, un club de la serie D del campeonato brasilero, por 10 a uno. Ese día, para su suerte, fueron solo 50 personas al restaurante. Regaló 450 shops, el récord hasta hoy. 

-Por fortuna no tenía este restaurante cuando estaba Pelé –dice y se limpia la frente. 

Pelé marcó 1.091 goles por el Santos y, mientras duró su carrera, Gazollo era un niño que recién comenzaba a ir al estadio 

-Una vez que lo fui a ver y al final del partido se apagaron las luces y todo el estadio comenzó a llorar. Yo no sabía por qué, pero se me puso la piel de gallina. Después supe que era el último partido de Pelé. 

Le mostré a Gazollo el tatuaje de henna negra que me había hecho en la pantorrilla derecha la noche anterior, en una feria artesanal cerca de la playa, por 30 reales, bajo una cálida llovizna. Era el escudo del Santos. Gazollo lo vio, se emocionó y se persignó, como si estuviera frente a una imagen divina, y me preguntó por qué me lo hice. Por la leyenda del club y por Pelé, se me ocurrió decirle. 

El escudo dibujado en mi piel se veía tan real y luminoso. 

 

***

 

Aquí, en Santos, Pelé es una presencia invisible. Todos aseguran haberlo visto alguna vez y todos tienen una historia que contar. Se diría que hay una foto de él en cada álbum familiar y durante mis cinco días en la ciudad corrió el rumor de que estaba de visita, de que en realidad no estaba y de que vendría la próxima semana. 

Lo vi en una imagen de tamaño real como rostro de una farmacia, lo vi en decenas de libros de fotografías, lo vi en camisetas y en calcomanías de autos, lo vi en el museo que se está construyendo en su nombre y en el Memorial de conquistas del Santos FC. Allí, junto a la pelota del gol número mil del equipo, a las copas, los banderines, las camisetas, los goleadores y los entrenadores, lo vi decenas de veces: Pelé firmando su primer contrato, Pelé cabeceando, Pelé anotando, Pelé de niño, Pelé retirándose del fútbol, Pelé vestido elegante, Pelé vistiéndose. 

Lo vi también en una muralla, parte de un enorme mural de casi un kilómetro de largo, que rodea todo el complejo deportivo del Santos FC. 

Lo vi además en un restaurante de Guarujá, un balneario cercano a Santos, donde un mozo me mostró un papel escrito que estaba enmarcado en la pared. 

En cuidada caligrafía, se podía leer: “Aquí engordé cinco kilos y ahora tengo que entrenar más. Pelé”. 

Lo vi, o más bien lo escuché, en el Club de Golf del mismo balneario, donde el administrador me dijo que aquí venían el piloto de Formula 1, Rubens Barrichello, y el mismísimo Pelé. 

Y lo vi, o más bien lo escuché, de Luiz Dias Guimarais, secretario de turismo de Santos, que se declaró amigo de Pelé. Que lo conoció en su época de periodista. Y que la primera vez que lo vio jugar fue a los 14 años. Pelé, dijo, viene seguido a Santos. Y además tiene un departamento aquí, otro en Sao Paulo y una casa enorme en Guarujá. 

Hablamos mucho de Pelé con Días Guimarais una noche comiendo pizza de atún y tomando cerveza. Me contó que Pelé lo ha invitado a comer asados a su casa y luego relató una historia que, según dijo, nadie o muy pocos conocen, y que la supo por boca del propio Pelé: una vez el futbolista consiguió, a solicitud de Carlos Menem, que Maradona sea recibido en una clínica de desintoxicación en Brasil. 

La gestión, sea cierta o no, quedó en nada cuando el argentino se decidió por Cuba, pero la historia de Dias Guimarais reflejaba casi todas las historias que se cuentan de Pelé en Santos, que lo describen como un hombre generoso, siempre altruista y de espíritu ancho. 

 

 

Carlos Conde, editor jefe del diario A Tribuna de Santos, me recibió en su oficina, mientras cerraba la edición del día. Conde recordó la primera vez que vio jugar a Pelé. Fue en 1960, cuando el futbolista ya había sido campeón en el Mundial de Suecia y él recién se iniciaba en el periodismo. Conde cubría las noticias del Santos. 

-Mientras veía jugar a Pelé, yo me decía: “Caramba, y me pagan por esto”. 

Dijo que había una anécdota que retrataba completamente al jugador: en esa época, Brasil estaba volviendo a tener relaciones comerciales con la entonces URSS y el diario le había pedido a Pelé visitar un barco soviético que había llegado al puerto de Santos. 

-Él vivía en una pensión y cuando lo fuimos a buscar estaba muy enfermo y llovía mucho. De todos modos fue con nosotros. Los rusos estaban jugando ajedrez y nada más lo vieron llegar saltaban de contentos. Al final, Pelé invitó a los 50 tripulantes al estadio para que vieran el partido del Santos ese fin de semana. 

Conde me vio el tatuaje en la pantorrilla, diría que se le iluminó la cara y me preguntó por qué. Por la leyenda del club y por Pelé, le contesté. Lo mismo en la calle o cuando me detenía a tomar un café o cuando entraba a una tienda. La gente que se me acercaba por el tatuaje me hablaba de Pelé, el embajador, Pele la estampa y Pelé el virtuoso. De Pelé el inmaculado, Pelé el puro y Pelé el ícono. Pele la consigna y la contraseña. Pelé el justo y necesario. Pelé el bueno y todo lo sagrado. Pelé más que Neymar y Robinho juntos. Y mientras más escuchaba, más relucía mi tatuaje. Aún no picaba ni me quemaba la piel.  

 

*** 

 

De Santos conocí el puerto, el mayor de América Latina; visité el Museo de Pelé, diseñado de Oscar Niemeyer; subí en funicular al Monte Serrat, desde cuya cima se ve toda la ciudad; recorrí el centro en un tranvía manejado por conductores vestidos de época; caminé por el jardín que recorre los seis kilómetros de playa, que los santistas consideran “suelo sagrado” y que es tan largo que fue inscrito en el libro Guinnes; navegué en un bote –escuna, le llaman- para ver desde lejos una rareza de la ciudad: muchos de los edificios de la costanera están chuecos, porque fueron construidos sobre suelo blando; entré a los acuarios de Santos y Guarujá, y vi tiburones y anguilas, anémonas y pirañas, un sin fin de peces raros y monstruosos, unos de 200 kilos y otros finos y transparentes, sapos que parecen rocas, serpientes que parecen peces, peces que parecen dinosaurios y pingüinos magallánicos, tan quietos y tan tristes, que pensé que no deberían estar aquí. 

Caminé por las calles estrechas de la ciudad y sobre los preciosos adoquines del centro; vi las fachadas antiguas recuperadas, que es lo que queda de los años de esplendor del comercio de café; tomé caipiriña de kiwi en un quiosco de la playa; me mostraron los canales que dividen la ciudad y que solucionaron el problema de los anegamientos por lluvias; me enteré, casi por casualidad, de que Santos es una isla, porque es imposible darse cuenta si nadie lo dice; y me enfrasqué en una inútil discusión con hinchas del Corinthias, el equipo de Sao Paulo, que en Santos tiene una buena cantidad de fanáticos. 

Conversé con gente entusiasta por las reservas de petróleo descubiertas en el fondo marino y con gente que reclamaba por lo caro que se pusieron los departamentos. Algunos me describieron a Santos como mejor que Río y un anciano que jugaba ajedrez en la playa me comentó que la ciudad era como Valparaíso, pero más grande, con más edificios y más limpia, y cuando me vio el tatuaje en mi pantorrilla, me preguntó por qué. Le repetí lo mismo: que me lo había hecho motivado por la leyenda del club y por Pelé. 

Semanas después, ya en Santiago, el dermatólogo, revisando la cicatriz enrojecida en forma de escudo, movía la cabeza en señal de asombro. La pantorrilla me dolía y me quemaba como el diablo. 

Mientras evaluaba el daño de la herida, guardó un silencio crítico, hasta que me hizo la pregunta. ¿Por qué? 

Pero ya no tenía una respuesta. 

 


 

*Esta crónica es una actualización de “Hablando de fútbol en la ciudad más futbolizada del mundo”, originalmente publicada por su autor en la Revista Domingo de El Mercurio, el año 2013. 

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