Por Simona Paranhos y Daniel Meza
31 de Enero de 2020
Damiana Gutiérrez (23) está sentada en un banco a treinta metros de la 20ª comisaría de Puente Alto, ubicada a una cuadra de la Plaza de Armas de la comuna. Es un caluroso y seco sábado de enero. En el lugar no hay árboles que den sombra, locales con quitasoles donde sentarse a tomar refrescos. Casi todo el comercio está blindado con fonolas de lata, pese a que en el sector –uno de los más golpeados luego del estallido social– no ha habido protestas de gran convocatoria hace semanas.
—He pasado harto por aquí desde lo que nos pasó—, dice Damiana con la mirada desafiante y dura, como la que impostan los peleadores de box escondiendo sus miedos previo a un combate. Está frente al edificio verde y blanco que tiene la puerta cerrada y es custodiada por dos funcionarios, luego de que el 21 de noviembre un grupo de manifestantes la intentara incendiar.
Lo que “le pasó” a Damiana, eso que a ella misma le cuesta encontrarle un nombre, ocurrió en ese lugar el 22 de octubre, a cuatro días del estallido social. Los recuerdos permanecen claros en su memoria.
—Carabineros nos obligó a desvestirnos. Yo me preguntaba, ¿por qué nos hacen hacer esto si no es parte del protocolo? Sabía que era ilegal, pero nos amenazaban con que si no lo hacíamos nos iban a pegar.
Damiana dice eso y vuelve a mirar la comisaría de reojo.
Carabineros nos obligó a desvestirnos. Yo me preguntaba, ¿por qué nos hacen hacer esto si no es parte del protocolo?
Nació y se crió en distintas poblaciones del sector sur de Santiago. Desde que tiene recuerdos, su padre trabajó como jornalero en la construcción y su mamá se las arreglaba vendiendo queques y pan en su casa, también oficiando como colera los días en que se instalan la ferias libres.
—Siempre he vivido en poblaciones: Bajos de Mena, Francisco Coloane, todo en Puente Alto. Cuando era chica vivía en Santa Rosa, La Pintana. Ahora vivo por la Maipo. En todas hubo traficantes y es todo bien bravo.
Pese a lo complicado de su entorno, la joven logró ingresar a la universidad, una excepción entre sus vecinos y compañeros de colegio. Eligió psicología en la Universidad Autónoma por “conciencia social”. “Ahora voy a hacer mi práctica en una fundación que abarca temas como familias vulnerables, abusos intrafamiliar, violencia, bullying. Estoy muy consciente de que existe una desigualdad y una brecha en Chile”, explica.
Fue en la misma universidad donde dice haber entendido las implicaciones de la desigualdad y que crecer rodeada de narcos, balaceras, paraderos oscuros, sin teatros, bibliotecas o parques, no era la realidad para todos.
—Me sorprendió ver a compañeros que tenían auto para ir a la universidad, yo decía: ¿pero, qué? ¡Si tienen mi misma edad! ¿Cómo tienen los ingresos para conseguir un auto? Además, su forma de expresarse, de hablar es muy diferente a la que yo estaba acostumbrada a rodearme.
—¿Cómo viviste el 18 de octubre?
—Entusiasmada, esperaba esto, esperaba el estallido social. Es demasiado el descontento. Cuando empezaron las movilizaciones, salí en mi bicicleta a ver cómo quedaba la embarrá, cómo se quemaban los metros. Recorrí toda la línea cuatro. Conversé con gente, me manifesté, estoy a favor de este movimiento. Luego empecé a movilizarme en Puente Alto y en Plaza Italia. El primer día que hubo movilizaciones tuve que correr de los pacos y las lacrimógenas. Quedó la embarrá: los semáforos en el piso, les tiraban baldosas a los pacos, habían barricadas. Todo destruido.
—¿Qué te pasa al ver esta comisaría?
—Pucha me duele un poco la guata, el recordar y volver a ese día.
Durante las jornadas que describe Damiana, Puente Alto efectivamente parecía una zona en guerra. Varios supermercados y locales familiares fueron saqueados; dos estaciones del Metro fueron quemadas; un comerciante baleó en la cabeza a un ciudadano peruano pensando que lo querían asaltar, y un bus del transantiago fue usado para abrir las cortinas de seguridad de la multitienda Hites. Damiana, estaba allí
–Entré por esa idea destruirlo todo. Fue la emoción del momento. Pensé “me rescato algo”, pero salí para atrás. Ahí queda mi enseñanza –reflexiona.
—Cuando abrieron, entré yo con mi cuñada y cachamos que venían los milicos. Recuerdo que venían con “todo” a sacarnos. Me pilló un carabinero de civil y me dijo: “soy civil, quédate ahí”. Me insultó y me pegó un lumazo en la espalda. Si bien yo entré al Hites, salí sin nada, limpia. Luego me agarró un milico, me sacó del pelo por una puerta muy pequeña, me azotó contra el piso, me encañonó en la cabeza y me dijo: “qué andai haciendo, delincuente”.
Los carabineros son irrelevantes para mí, perdieron toda su autoridad y respeto
Luego de su detención, Damiana fue subida a un furgón militar. Recuerda que arriba había un menor de edad llorando con un escopetazo en su pierna. Horas después fue llevada a la comisaría. Según su relato, junto a ella habían más de 30 personas, algunos menores de edad.
Este punto es corroborado en la querella presentada por el INDH por el caso de Damiana, que identifica a cinco adolescentes de 14 a 17 años quienes, según consta en sus declaraciones, habrían sido instadas por Carabineros a no “contar nada” a los funcionarios del INDH que se constituyeron en el lugar. Además de los desnudamientos, tres mujeres adultas identificadas como Geraldine, Catalina y Francisca denunciaron haber sido golpeadas por funcionarios policiales.
—Nos dejaron en el estacionamiento. Perdí la noción del tiempo desde que me tomaron detenida, pero sé que aún había sol. Recuerdo que le pegaban mucho a una persona. Quería mirar, pero me retaban si lo hacía. En eso, un carabinero me escucha y se acerca, se pone por atrás mío y me dice al oído: “¿tení miedo?” Yo le quedo mirando y le digo que no, que por qué tendría que tener miedo. En ese momento, sí tenía miedo. Antes me habían dicho que me iban a hacer desaparecer, pero yo me mostraba firme, no derramé ni una lágrima para poder consolar al resto de las niñas. Había otra niña que le respondía todo a carabineros, no se quedaba callada. A ella le sacaron la cresta, se desquitaron con su cuerpo. Escuché que una de las carabineras dijo: “a esta la vamos a hacer mierda adentro”.
as horas pasaron y los detenidos fueron derivados a celdas.
—En el calabozo hacía calor. Yo pensé que estaba mojado por pipí, pero una niña que estaba ahí antes que nosotras nos contó que carabineros le había tirado agua por un ataque de pánico que le había dado.
La situación dentro la comisaría era confusa. Un grupo de detenidos se repartía entre los distintos sitios del edificio. A las mujeres las hicieron salir de sus celdas y enfilarse en un pasillo para entrar de a tres a un calabozo. Damiana dice que era como una fila de vacas caminado al matadero.
—Cuando me hicieron pasar, entré con dos menores de edad. Nos obligaron a desvestirnos (…) Eran carabineras quienes hacían este procedimiento. Las menores de edad estaban asustadísimas, una dijo: “si me van a meter el dedo, ando con la regla”. A ellas les daba lo mismo, incluso era morboso su actuar. Me daba mucho asco esa situación. Sentía que lo estaban haciendo porque les producía placer. Lo notaba en su forma de mirar, de pedir las cosas, de amenazar. Exponernos a ese nivel era placentero para ellas, vernos en una situación de vulnerabilidad. Se colocaron los guantes y yo pregunté si sólo debía sacarme el pantalón y dejarme puesto los calzones, me dijeron que todo. Me saqué la parte de abajo primero y pensé: «lo voy a hacer todo rápido, no quiero que me peguen, que me toquen». Me saqué la parte de arriba, quedé completamente desnuda e hice dos sentadillas. Luego le pregunté a la carabinera si me podía vestir. Ni siquiera alcancé a ponerme los sostenes de las ganas que tenía de salir de ahí. Me percaté que a las menores de edad que estaban conmigo les sacaron la cresta e incluso a una le hicieron ponerse en posición de perro. No sé con qué fin nos hicieron hacer esto, era obvio que no teníamos nada. A los hombres no los revisaron, solo a nosotras.
Después de este episodio, Damiana recuerda que volvió a otro calabozo. Allí conversó con otras mujeres desnudadas y obligadas a hacer sentadillas. También recuerda el ingreso de la mujer que fue golpeada en el estacionamiento: “Cuando le tocó, las carabineras se desquitaron con ella, le sacaron la cresta en pelota. Al ver esto, me di vuelta y me tapé la cara. Un niño me gritaba desde el calabozo que no viera esa escena si no que lo mirara solamente a él. No sé qué cara habré puesto como para que me dijera eso. A esa niña la dejaron mucho rato ahí adentro y, cuando la dejaron vestirse, le volvieron a sacar la cresta. Los hombres que estaban en su calabozo podían ver a las niñas desnudarse. Yo intenté tapar la puerta con mi cuerpo”.
Varias horas después de su detención, el INDH visitó la comisaría. Entonces un funcionario la entrevistó durante unos 45 minutos y le preguntó si quería presentar una querella. Ella fue una de las pocas que siguió con el proceso judicial.
Damiana Gutiérrez fue liberada cerca del mediodía del 23 de octubre. Dice que se puso los cordones de sus zapatillas y que cuando llegó a casa su mamá la abrazó y le preparó comida. Actualmente asiste a una terapia psicológica que la ayudó a afrontar el trauma, ya que estuvo casi dos meses sin poder salir de la casa. Pese a que ya no asiste a las marchas, dice que ya no le teme a Carabineros.
Cuando menciona estas palabras, vuelve a mirar la comisaría con la expresión de un boxeador:
—Al principio me daba rabia, le tenía rechazo a esa comisaría, pero ahora ya me da igual. Los carabineros son irrelevantes para mí, perdieron toda autoridad y respeto.