Damiana Gutiérrez (23) está sentada en un banco a treinta metros de la 20ª comisaría de Puente Alto, ubicada a una cuadra de la Plaza de Armas de la comuna. Es un caluroso y seco sábado de enero. En el lugar no hay árboles que den sombra, locales con quitasoles donde sentarse a tomar refrescos. Casi todo el comercio está blindado con fonolas de lata, pese a que en el sector –uno de los más golpeados luego del estallido social– no ha habido protestas de gran convocatoria hace semanas.
—He pasado harto por aquí desde lo que nos pasó—, dice Damiana con la mirada desafiante y dura, como la que impostan los peleadores de box escondiendo sus miedos previo a un combate. Está frente al edificio verde y blanco que tiene la puerta cerrada y es custodiada por dos funcionarios, luego de que el 21 de noviembre un grupo de manifestantes la intentara incendiar.
Lo que “le pasó” a Damiana, eso que a ella misma le cuesta encontrarle un nombre, ocurrió en ese lugar el 22 de octubre, a cuatro días del estallido social. Los recuerdos permanecen claros en su memoria.
—Carabineros nos obligó a desvestirnos. Yo me preguntaba, ¿por qué nos hacen hacer esto si no es parte del protocolo? Sabía que era ilegal, pero nos amenazaban con que si no lo hacíamos nos iban a pegar.
Damiana dice eso y vuelve a mirar la comisaría de reojo.
Carabineros nos obligó a desvestirnos. Yo me preguntaba, ¿por qué nos hacen hacer esto si no es parte del protocolo?
Nació y se crió en distintas poblaciones del sector sur de Santiago. Desde que tiene recuerdos, su padre trabajó como jornalero en la construcción y su mamá se las arreglaba vendiendo queques y pan en su casa, también oficiando como colera los días en que se instalan la ferias libres.
—Siempre he vivido en poblaciones: Bajos de Mena, Francisco Coloane, todo en Puente Alto. Cuando era chica vivía en Santa Rosa, La Pintana. Ahora vivo por la Maipo. En todas hubo traficantes y es todo bien bravo.
Pese a lo complicado de su entorno, la joven logró ingresar a la universidad, una excepción entre sus vecinos y compañeros de colegio. Eligió psicología en la Universidad Autónoma por “conciencia social”. “Ahora voy a hacer mi práctica en una fundación que abarca temas como familias vulnerables, abusos intrafamiliar, violencia, bullying. Estoy muy consciente de que existe una desigualdad y una brecha en Chile”, explica.
Fue en la misma universidad donde dice haber entendido las implicaciones de la desigualdad y que crecer rodeada de narcos, balaceras, paraderos oscuros, sin teatros, bibliotecas o parques, no era la realidad para todos.
—Me sorprendió ver a compañeros que tenían auto para ir a la universidad, yo decía: ¿pero, qué? ¡Si tienen mi misma edad! ¿Cómo tienen los ingresos para conseguir un auto? Además, su forma de expresarse, de hablar es muy diferente a la que yo estaba acostumbrada a rodearme.
—¿Cómo viviste el 18 de octubre?
—Entusiasmada, esperaba esto, esperaba el estallido social. Es demasiado el descontento. Cuando empezaron las movilizaciones, salí en mi bicicleta a ver cómo quedaba la embarrá, cómo se quemaban los metros. Recorrí toda la línea cuatro. Conversé con gente, me manifesté, estoy a favor de este movimiento. Luego empecé a movilizarme en Puente Alto y en Plaza Italia. El primer día que hubo movilizaciones tuve que correr de los pacos y las lacrimógenas. Quedó la embarrá: los semáforos en el piso, les tiraban baldosas a los pacos, habían barricadas. Todo destruido.