El 2016 castigó a la música popular desde su primer mes, y se llevó personajes en plena actividad. Los fallecimientos de David Bowie, Prince, Leonard Cohen, George Michael, Maurice White, Sharon Jones y Peter Rock, entre otros, hablan de un sombrío y desafortunado panorama para la creación.
Pero esta columna se escribe desde el lugar en que está y no otro, por lo que el sentido de proximidad pesa. Y así lamentamos este 2016, como si fuera también una muerte, el anuncio de que Jorge González se retira de los escenarios.
Cuando el ex líder de Los Prisioneros se suba a cantar en la Cumbre del Rock Chileno el 7 de enero a eso de las 21 horas, será la antesala de un encierro relativo, un ostracismo un poco impredecible, pues si hay algo más irregular en estos tiempos es la actitud de Jorge González respecto del espacio público, al cual accede varias horas al día desde su computador personal.
Aunque no sea un final a secas, duele. Desde que sufrió un infarto cerebral en medio de una gira por el país, documentado en forma precisa por la periodista y profesora UDP Gabriela García, Jorge González y su entorno probaron qué significaba volver y cuánto costaría, en lo humano y profesional, rehabilitarse. La conclusión es estremecedora y, temprano, a los 52 años, desaparece de un Chile que le era cada vez más afable, al cual accedía con material discográfico reciente y de calidad o revisitando los discos de su banda histórica.
Es curioso lo que ocurre con la música popular y cómo se articula alrededor de la muerte. A veces suele ser la antesala o el epitafio de un cantautor, como fueron las ediciones de Blackstar de David Bowie y You Want It Darker de Leonard Cohen apenas días antes de esas muertes.
Es curioso lo que ocurre con la música popular y cómo se articula alrededor de la muerte. A veces suele ser la antesala o el epitafio de un cantautor, como fueron las ediciones de Blackstar de David Bowie y You Want It Darker de Leonard Cohen apenas días antes de esas muertes. A veces es un ingrediente que resulta en una colección de canciones de excepción, como lo hizo Nick Cave con Skeleton Tree, el disco en el que volcó bellamente el dolor de la pérdida de su hijo de 15 años en un accidente. Y en otras ocasiones recién comienzas a apreciarlas de veras cuando lees acerca de un fallecimiento: qué decir cuando ahora escuchas a George Michael o a Prince por algún altavoz.
Las canciones quedan y puedes escucharlas una y otra vez; son un fantasma a la vez que permanencia. Pero algo también se va con ellas cuando sus autores mueren. O cuando deciden el retiro.
El 2016 castigó a la música popular desde su primer mes, y se llevó personajes en plena actividad. Los fallecimientos de David Bowie, Prince, Leonard Cohen, George Michael, Maurice White, Sharon Jones y Peter Rock, entre otros, hablan de un sombrío y desafortunado panorama para la creación.
Pero esta columna se escribe desde el lugar en que está y no otro, por lo que el sentido de proximidad pesa. Y así lamentamos este 2016, como si fuera también una muerte, el anuncio de que Jorge González se retira de los escenarios.
Cuando el ex líder de Los Prisioneros se suba a cantar en la Cumbre del Rock Chileno el 7 de enero a eso de las 21 horas, será la antesala de un encierro relativo, un ostracismo un poco impredecible, pues si hay algo más irregular en estos tiempos es la actitud de Jorge González respecto del espacio público, al cual accede varias horas al día desde su computador personal.
Aunque no sea un final a secas, duele. Desde que sufrió un infarto cerebral en medio de una gira por el país, documentado en forma precisa por la periodista y profesora UDP Gabriela García, Jorge González y su entorno probaron qué significaba volver y cuánto costaría, en lo humano y profesional, rehabilitarse. La conclusión es estremecedora y, temprano, a los 52 años, desaparece de un Chile que le era cada vez más afable, al cual accedía con material discográfico reciente y de calidad o revisitando los discos de su banda histórica.
Es curioso lo que ocurre con la música popular y cómo se articula alrededor de la muerte. A veces suele ser la antesala o el epitafio de un cantautor, como fueron las ediciones de Blackstar de David Bowie y You Want It Darker de Leonard Cohen apenas días antes de esas muertes.
Es curioso lo que ocurre con la música popular y cómo se articula alrededor de la muerte. A veces suele ser la antesala o el epitafio de un cantautor, como fueron las ediciones de Blackstar de David Bowie y You Want It Darker de Leonard Cohen apenas días antes de esas muertes. A veces es un ingrediente que resulta en una colección de canciones de excepción, como lo hizo Nick Cave con Skeleton Tree, el disco en el que volcó bellamente el dolor de la pérdida de su hijo de 15 años en un accidente. Y en otras ocasiones recién comienzas a apreciarlas de veras cuando lees acerca de un fallecimiento: qué decir cuando ahora escuchas a George Michael o a Prince por algún altavoz.
Las canciones quedan y puedes escucharlas una y otra vez; son un fantasma a la vez que permanencia. Pero algo también se va con ellas cuando sus autores mueren. O cuando deciden el retiro.