Este artículo se publicó originalmente en Intersecciones donde generó un debate con otros autores y una respuesta final de su autora.
Hace quince años, como director de The Boston Globe, Martin Baron comprobó qué tan poderoso podía ser el periodismo: meses después de que el diario revelara cómo la iglesia católica de Boston había encubierto de forma sistemática a sacerdotes abusadores sexuales, el intocable cardenal Bernard Law se vio forzado a dejar su cargo.
Hoy Martin Baron es el director de The Washington Post, el mítico diario del Watergate, el que provocó la renuncia de Richard Nixon, el paradigma del cuarto poder. Un poder que, casi 45 años después, Baron teme que esté desgastado.
En febrero de 2018, al dictar una conferencia en la Universidad de Oxford, Baron repasó lo que a su juicio ha ocurrido con el periodismo en el último par de años: “¿Cómo es posible que la opinión púbica se encogiera de hombros cuando informamos que lo dicho por un candidato y, después, por el Presidente, era falso? ¿Cómo es posible que la gente creyera cosas que no son ciertas, a pesar de que pudimos documentar que eran falsas? ¿Cómo es posible que sitios web creados de la noche a la mañana consiguieran difundir con éxito falsedades y teorías de la conspiración, sin sufrir ninguna consecuencia a pesar de engañar deliberadamente al público sólo para ganar audiencia?”
Baron está inquieto. Siente que “las viejas reglas del periodismo ya no aplican”, que la verdad –o la versión más completa de la verdad– ya no genera impacto, y que la opinión pública quizás ya no procesa la información como lo hizo antes.
“¿Qué pasa si en realidad el público rechaza la idea misma de contar con un árbitro independiente que se pronuncie sobre lo que es verdadero o falso?”, se pregunta. “¿Cómo funciona la democracia cuando no podemos ponernos de acuerdo en un conjunto de hechos básicos?”.
¿Qué hacer?
Resistir.
“BARON SE PREGUNTA: ¿QUÉ PASA SI EN REALIDAD EL PÚBLICO RECHAZA LA IDEA MISMA DE CONTAR CON UN ÁRBITRO INDEPENDIENTE QUE SE PRONUNCIE SOBRE LO QUE ES VERDADERO O FALSO? ¿CÓMO FUNCIONA LA DEMOCRACIA CUANDO NO PODEMOS PONERNOS DE ACUERDO EN UN CONJUNTO DE HECHOS BÁSICOS?”
1. Resistir
Lo primero que periodistas y medios deberíamos hacer es dedicarnos a hacer periodismo y no otra cosa. Resistir. No abandonar la tarea de informar a los ciudadanos sobre los asuntos relevantes que afectan la vida en común, sobre quiénes participan en los circuitos de poder y/o diseñan las políticas que moldean a la sociedad, y sobre por qué esas decisiones terminan siendo las que son.
La libertad de expresión es un pilar de la democracia, entre otras cosas, porque le otorga garantías al periodismo para escrutar al poder público y privado. Los periodistas estamos aquí para examinar, en nombre de la ciudadanía, las acciones de autoridades, de quienes concentran la riqueza, de grupos de interés, en fin, de los actores que participan formal o informalmente en el proceso de toma decisiones públicas, y buscan influir y reglar la vida en común. El objetivo es que periodistas y medios pongan a disposición de la ciudadanía información de interés público, de modo que esta pueda pedir rendición de cuentas. Por lo mismo, el periodismo está llamado a ser sensible ante las necesidades de la sociedad, a los temas de su tiempo, y por eso le corresponde enriquecer el debate público.
Esto, que parece una obviedad, hoy es muy complejo de hacer.
Por eso resistir es el primer paso.
“LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN ES UN PILAR DE LA DEMOCRACIA (…) PORQUE LE OTORGA GARANTÍAS AL PERIODISMO PARA ESCRUTAR AL PODER PÚBLICO Y PRIVADO. LOS PERIODISTAS ESTAMOS AQUÍ PARA EXAMINAR, EN NOMBRE DE LA CIUDADANÍA, LAS ACCIONES DE AUTORIDADES, DE QUIENES CONCENTRAN LA RIQUEZA, DE GRUPOS DE INTERÉS, EN FIN, DE LOS ACTORES QUE PARTICIPAN FORMAL O INFORMALMENTE EN EL PROCESO DE TOMA DECISIONES PÚBLICAS, Y BUSCAN INFLUIR Y REGLAR LA VIDA EN COMÚN”
El periodismo está siendo atenazado por fuerzas distintas. El modelo de negocios en el que se ha sustentado está en crisis (y en vías de extinción). Los medios perdieron el control sobre la distribución de los contenidos, quizás el más tectónico –e incomprendido– de los cambios. Y las audiencias están a merced de algoritmos que les ofrecen contenidos personalizados para mantener su atención, independientemente del valor de los mismos.
En esta primera sección del texto voy a detenerme en cuáles son los obstáculos que, a mi juicio, enfrenta el periodismo para seguir siendo fiel a sí mismo. En una segunda sección abordaré algunas cuestiones que, me parece, pueden ayudar a superar esos obstáculos: innovar, mostrarse y escuchar al público, para conectar directamente con éste generando confianza en la calidad del trabajo periodístico. Finalmente, en la última sección dejaré planteados un par de temas que, a raíz de las tensiones provocadas por la revolución digital, desafían al periodismo a asumir (o no) nuevas responsabilidades para contribuir a mejorar la salud de la democracia (y no empeorarla).
Vamos por parte.
i. Las noticias no son un negocio
Lo primero que hay que comprender es que los medios venden avisaje y no noticias. Y la publicidad está dejando los medios tradicionales para volcarse hacia las plataformas digitales: buscadores como Google, redes sociales como Facebook, etc. En la medida que esa tendencia se profundiza, más se abre la interrogante sobre cómo hacer sustentable el periodismo. Y sobre qué tipo de periodismo sobrevivirá.
El periodismo que nos parece deseable –riguroso, independiente, imparcial– fue primero resultado de una decisión comercial. En su origen, los periódicos nacieron como vehículos de opinión a través de los cuales distintos grupos debatían y, sobre todo, divulgaban sus ideas. Luego, y en la medida en que a fines del siglo XIX el costo de impresión bajó y los periódicos se masificaron, estos se transformaron en plataformas para el avisaje. Y entonces resultó más atractivo renunciar a la promoción de ideas y alentar un tratamiento “objetivo” de los hechos, para así sumar más lectores y, por añadidura, más avisadores (que ya no tenían por qué pensar lo mismo).
Comenzó entonces a operar un modelo de subsidios cruzados –que se profundizó con la masificación de la radio y la televisión–, en que los contenidos blandos, que atraen a una audiencia mayor, conseguían el avisaje que permitía financiar el reporteo y la distribución de los contenidos duros, es decir, las noticias. Ese modelo funcionó por poco más de un siglo. Hasta que internet y el avance de la tecnología lo echó abajo. Para bien y para mal.
Por un lado, la revolución digital redujo los costos para crear un medio y hacer periodismo. Hay más diversidad en las líneas editoriales, hay más voces y temas, hay más técnicas y herramientas de reporteo, y también más lenguajes y canales para distribuir contenido. Cualquiera puede competir con un medio si se lo propone (e incluso sin pensarlo).
“EL PERIODISMO QUE NOS PARECE DESEABLE –RIGUROSO, INDEPENDIENTE, IMPARCIAL– FUE PRIMERO RESULTADO DE UNA DECISIÓN COMERCIAL. EN SU ORIGEN, LOS PERIÓDICOS NACIERON COMO VEHÍCULOS DE OPINIÓN A TRAVÉS DE LOS CUALES DISTINTOS GRUPOS DEBATÍAN Y, SOBRE TODO, DIVULGABAN SUS IDEAS.”
Por otro lado, la digitalización, las redes sociales y, muy importante, los teléfonos móviles, le quitaron a los medios el oligopolio sobre el avisaje. Hoy los buscadores (Google, YouTube), las redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram, Linkedin, etc.), los portales de venta online (Amazon), páginas web, aplicaciones, servicios de mensajería instantánea (Messenger), etc., compiten por la publicidad. Hay medios que han perdido su principal fuente de ingresos, han tenido que reducir sus equipos o han cerrado. Y todavía son pocos los medios nativos digitales que han dado con un modelo de negocios sustentable (salvo la filantropía).
Este es un primer problema: ¿cómo hacer que el periodismo sea económicamente viable?
ii. El editor es un algoritmo
El cambio más tectónico, sin embargo, es otro: los medios dejaron de tener el control sobre la distribución de las noticias, algo que Emily Bell, la directora del Tow Center for Digital Journalism, y quien se dedica a estudiar el impacto de la tecnología en el periodismo, ha comparado con el antes y el después que provocó el invento de la imprenta.
Esta pérdida de control afecta la esencia de la práctica periodística, porque nos arrebata lo que hasta ahora nos era exclusivo: definir sobre qué informar, cuándo y cómo.
Ahora, en cambio, la información se ha fragmentado y atomizado. Desde una óptica positiva, internet ha provocado una democratización del consumo: cada persona puede definir su dieta informativa según sus intereses, sin depender de la selección, los filtros y los sesgos de los medios. Pero hay mucho de fantasía en esto.
Hoy, entre los “contenidos” y la audiencia hay un opaco ecosistema digital que sí opera con selección, filtros y sesgos. En nuestras pantallas hay una serie de sugerencias sobre qué leer, ver o escuchar, fruto de algoritmos que no conocemos ni controlamos y que, en el caso de las plataformas, buscan mantener nuestra atención para perfilarnos y ser persuadidos por… los avisadores. (Y ya no estamos hablando de la tradicional industria de la publicidad, sino de que cualquiera puede pagar para que un contenido x llegue a un público y).
Cuando el propósito de los algoritmos es mantener nuestra atención, premian el contenido de baja calidad (de fácil consumo y viralización), premian el contenido con mayor alcance (y castigan las noticias locales), premian lo que sorprende, aún si se trata de exageraciones, medias verdades o mentiras, y en ocasiones premian el reforzamiento de puntos de vista.
¿Qué espacio queda para las noticias?
Muy poco. Y menos todavía cuando a la pelea por la atención se suman los juegos, Netflix, Spotify o las app de citas. (Mirar el ranking de aplicaciones en las tiendas de Apple y Android es un buen ejercicio para tener una perspectiva de la magnitud de esta competencia).
Este es un segundo problema: ¿cómo revalorizar el periodismo ante la audiencia?
iii. Mandan las emociones
En What is Happening to News (2010), el ex editor del Chicago Tribune, Jack Fuller, intenta responder por qué están en crisis los medios y el periodismo serio, que él identifica como el que aborda asuntos públicos para que la ciudadanía tome decisiones informadas.
Fuller se detiene en la neurociencia para explicar que razón y emoción son inseparables y que, por tanto, algunos valores asociados al periodismo –objetividad, acercamiento factual, distancia emocional– no son eficaces para captar la atención del cerebro. Mucho menos ahora que antes. ¿Por qué? Fuller apunta a que vivimos en un estado de “agitación emocional”, producto de la sobrecarga de información, de la presión del tiempo y de los múltiples estímulos para distraernos.
¿Y entonces? “Un cerebro emocionalmente excitado se siente atraído por emociones fuertes”, señala Fuller. ¿Qué emociones? Las que nos provocan sorpresa (por sobre lo importante), sentimientos negativos (más que positivos) y auto confirmación (lo que refuerza puntos de vista y prácticamente elimina la posibilidad de un “hallazgo casual”).
Fuller, quien falleció en 2016, era un periodista de la vieja escuela. En 2013 estuvo en Chile y fue honesto al decir que él era incapaz de contar historias apelando a las emociones. Pero, como buen periodista, se rindió ante la evidencia. “El cambio sucederá a través del uso de la emoción y sin dependencia de la voz autoritaria”, dijo en una de sus conferencias.
Y dejó planteado, entonces, un tercer problema: ¿cómo crear un lenguaje que apele a las emociones para comunicar lo importante?
2. Experimentar, generar confianza, escuchar
Si creemos que la democracia funciona en la medida en que la ciudadanía se involucra en el debate público, en la petición de rendición de cuentas al poder, en la elección informada de sus representantes, el periodismo es indispensable.
Resistir haciendo periodismo, sin embargo, es difícil. Un observador severo podría acusar a los medios de haber caído en todas las trampas que han devaluado al periodismo. Mucho clickbait en vez de investigación; mucha cobertura centrada en polémicas frívolas antes que en debates de fondo; mucho charlatán en vez de expertos; y así. En el peor de los casos, recursos desesperados para sobrevivir; en el mejor, una variación extrema en la lógica de los subsidios cruzados.
Pero el periodismo no va a sobrevivir así. Y eso puede tener consecuencias muy graves para la democracia.
En esta sección del texto abordaré los problemas hasta aquí planteados. ¿Cómo crear un lenguaje nuevo? Experimentando. ¿Cómo revalorizar el valor del periodismo ante la audiencia? Conectando directamente con el público y generando confianza en el contenido periodístico. ¿Cómo revalorizar el periodismo ante la audiencia? Volviéndolo un bien indispensable, al punto de que no dudemos que debemos financiarlo.
En todos esos ámbitos, el periodismo chileno tiene mucho por hacer.
i. Experimentar
Me cuesta entender por qué los (grandes) medios aún no tienen equipos específicos destinados a experimentar con nuevos lenguajes, formatos, soportes y plataformas. Necesitamos espacios para probar, adaptar y, muy importante, inventar. El propósito tiene que ser doble: captar la atención de la audiencia (que ya hemos visto es difícil) con información sobre asuntos de interés público, es decir, con contenido duro (algo mucho más difícil).
Para eso estamos obligados a innovar: los lenguajes, las interfaces, los algoritmos, pueden estar del lado del periodismo. Y para eso hay que trabajar con quienes saben: ingenieros en computación, diseñadores de interfaces, expertos en economía de la atención, neurocientíficos, ciberantropólogos. Y también con filósofos en el ámbito de la ética.
Primero, porque si queremos comprender cómo capturar la atención y experimentar apelando a las emociones, es apropiado discutir qué vamos a permitirnos y qué no. Fuller, por ejemplo, propone dos reglas: definir primero la pauta (los contenidos) y sólo después pensar en el formato; y usar los nuevos lenguajes a favor del público y no del medio (informar, no sumar audiencia porque sí).
En el fondo, necesitamos entender también cómo son la infraestructura y las lógicas del ecosistema digital, para poder desarrollar proyectos que usen o alteren esa infraestructura y esas lógicas a favor del periodismo. Si el objetivo es llegar a la mayor cantidad de personas con información de calidad, lo vamos a hacer con tecnología.
“¿CÓMO CREAR UN LENGUAJE NUEVO? EXPERIMENTANDO. ¿CÓMO REVALORIZAR EL VALOR DEL PERIODISMO ANTE LA AUDIENCIA? CONECTANDO DIRECTAMENTE CON EL PÚBLICO Y GENERANDO CONFIANZA EN EL CONTENIDO PERIODÍSTICO. ¿CÓMO REVALORIZAR EL PERIODISMO ANTE LA AUDIENCIA? VOLVIÉNDOLO UN BIEN INDISPENSABLE, AL PUNTO DE QUE NO DUDEMOS QUE DEBEMOS FINANCIARLO”.
ii. Generar confianza
Según la encuesta CEP de mayo-julio de 2017, más del 60% de los encuestados confía poco o nada en los medios: un 61,8% confía poco o nada en las radios; un 77,2% en los diarios y un 78,9% en la TV.