Entre las varias historias que se vivieron durante estos crudos meses, Ana Marín (52) recuerda vivamente una. “Un día llegamos a la toma y habían recibido una donación de mucha carne, pero estaba toda podrida, fétida. No podían botarla, tenían que enterrarla, para que ningún animal se la comiera y se enfermara”, explica Ana, quien también colaboró junto a su familia en donaciones, cocinando y entregando alimento a las familias del campamento. “Siempre ha estado ahí el hambre, la necesidad de alimentarse. Esa necesidad debe terminarse lo antes posible”, expresa Ana con preocupación.
“Para mí el hambre es la necesidad más grande que tiene el niño. No tanto el adulto, o sea, yo voy a que yo prefiero mil veces sacarme el pan de la boca para dárselo a un niño a que un niño tenga más hambre que yo. Aquí la regla que yo puse como dirigente de mi comité era primero son los niños, segundos los niños, tercero los niños y cuarto los niños”, señala Emmanuel.
“¿Qué pienso cuando hablan del hambre en nuestro país? Que existe y da mucha rabia. ¿Cómo le vas a decir a tu hijo de 5 años que no hay almuerzo? Es fuerte, es terrible, injusto”, expresa Javiera sobre la experiencia que vivió mientras ayudó al Campamento Toma Dignidad.