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La Victoria: Unidos contra el hambre

Hace más de cuarenta años, muchos pobladores de La Victoria estaban sumidos en la miseria. Pero la comunidad se organizó, conformaron ollas comunes y pudieron ir en ayuda de los vecinos más necesitados. Hoy, tras la crisis sanitaria, la historia se vuelve a repetir.

Por Safka Parraguez

18 de Noviembre de 2020

Ollas con comida, mascarillas y mucha alegría son las protagonistas de las fotos que Sara Torres (67) compartió a través de WhatsApp con las personas que componen el grupo de trabajo de la Olla Común “La Bicicleta” y el comedor de la Parroquia Nuestra Señora de La Victoria. Los fotografiados son vecinos de la Población La Victoria que, a pesar de no tener grandes lujos, día a día se reúnen a cocinar y repartir almuerzos, cenas e incluso cobijo a quienes no lo tienen.

La toma de terreno que en el año 1957 realizaron más de mil familias del Zanjón de la Aguada, y que hoy conocemos como La Victoria, es un territorio marcado por el sentido de comunidad y cooperación de quienes le dan vida. Sara Torres tenía 4 años cuando su padre, Oscar Torres, llegó a la toma de La Victoria, la primera ocupación organizada del país y un referente a nivel latinoamericano. Allí, los vecinos en vez de poner carpas, demarcaron los territorios: terrenos para todos los pobladores, una plaza e incluso una iglesia.

Hoy, esa parroquia llamada Nuestra Señora de la Victoria, ubicada en Galo González con Unidad Popular en la comuna de Pedro Aguirre Cerda, es uno de los centros destinados para canalizar el apoyo a los pobladores de La Victoria. Su actual sacerdote, Cristián Reyes, explica que llegó en febrero de 2020 a la parroquia de la población. Allí, los vecinos le mostraron el comedor popular del sector, en el Centro Cultural La Bicicleta, que lleva aproximadamente 4 años repartiendo comida a personas en situación de calle.

Reyes cuenta que en marzo, con la llegada del primer caso de coronavirus al país, “la vida quiso que nos encontráramos con este escenario que ha sido muy providencial, porque me ha permitido relacionarme con la gente de las organizaciones comunitarias y sociales”. Y agrega que ellos “son los primeros que salen a prestar ayuda”.

Así ha sido desde los primeros años de la población. Sara Torres recuerda que fue en la década del ‘80, en plena dictadura militar, cuando la crisis económica y la falta de empleo agudizaron los problemas en La Victoria. Ante eso, “Sarita” decidió organizar a los vecinos. Se reunieron en la cuadra y conversaron sobre la frágil situación de sus familias. “La plata no alcanzaba para nada, entonces, decidimos trabajar en las ollas comunes, porque es la única manera de ayudar al pueblo”, comenta.

No recuerda cómo nació la idea, pero sí destaca que en La Victoria siempre ha primado la solidaridad entre los vecinos: “no hay individualismo; hay gente que tiene una casa más linda, otras una casa más fea, pero siempre estamos pendiente del vecino. Hubo un tiempo –antes del estallido social y antes de la pandemia- en que estábamos individualistas, cada uno en su mundo, pero ahora volvimos a nuestros orígenes”.

Javier Romero, sociólogo, profesor de historia y doctor en estudios americanos, explica que el fenómeno de colaboración social que se repite en 33 comunas del Gran Santiago –en mayor y menor medida– está supeditado por la cultura que se genera y la identidad que desarrollan ciertos barrios. “En algunos lugares ese tema de la memoria colectiva está mucho mejor trabajado, por lo tanto, son parte de ese ethos cultural que se va creando en los barrios, que se distinguen por estas cosas”, detalla.  

Por lo mismo, el experto cree que “los barrios donde esto ocurre, en los que esto tiene mayor desarrollo, es posible que se siga manteniendo, una vez que la pandemia haya acabado y la economía se haya estabilizado“.

Rutina en “La Ruta”

El sacerdote Cristián Reyes y otras cinco personas de la población son los encargados de cocinar. Se reúnen cuatro veces a la semana y se turnan para tener al menos un día libre. El retorno paulatino a la “normalidad” durante la pandemia, les ha significado más carga, dice Reyes, y agrega que “ha ido disminuyendo el voluntariado, porque hay harta gente que ha ido retomando sus actividades laborales. Hoy somos dos grupos de tres personas cada uno”.

Nos juntamos a cocinar a las 9 de la mañana. A partir de las 12:30 hrs entregamos almuerzos hasta las 14:00 hrs en el Centro Cultural La Bicicleta. Y luego, entre 14:00 a 14:30 hrs, salimos a repartir los almuerzos. Por ejemplo, desde el consultorio nos han pedido llevar a algunas personas que están con Covid, que están postradas en sus casas o que viven solas. Más tarde, volvemos, almorzamos, hacemos el aseo, dejamos limpio el lugar y a las 4 de la tarde damos por finalizada nuestra labor”, cuenta el sacerdote al describir un día habitual del comedor popular de La Victoria. 

Más tarde se reúnen otros voluntarios en la Iglesia Nuestra Señora de La Victoria para hacer la comida de la denominada “Ruta de la Calle, en la que van a lugares estratégicos de la comuna a dejar comida y cobijo a las personas en situación de calle. “Optamos por cocinar en dos lugares distintos, por una cosa estratégica, y de igual manera intentamos dividir los grupos, porque en caso de que alguien se contagiara, no quedaran todos los voluntarios ni todos los lugares fuera de juego”, precisa el sacerdote. Y agrega que gracias a que han tomado todas las medidas sanitarias, no han tenido ningún contagio directo.

En el comedor de la parroquia, que reparte principalmente a las personas en situación de calle, trabaja Sara con alrededor de 30 voluntarios en la preparación de la cena. La organización es simple, son grupos de cuatro y se van turnando: cuatro personas de lunes a sábado, mientras que el domingo asiste una familia completa de ocho integrantes.   

El sacerdote añade que “desde la historia de esta población, la parroquia ha sido siempre muy importante, sobre todo en el tiempo de la dictadura militar y el asesinato al sacerdote André Jarlan, mártir de la población. La parroquia es muy valorada y respetada por todas las organizaciones comunitarias, entonces es un lugar de encuentro que puede favorecer. Es un eje articulador y eso es lo que hemos hecho en la ruta de la calle, articularnos”.

Cómo ‘parar la olla’

Para lograr financiamiento todos cooperan: algunos vecinos entregan $500 o $1000, lo que tengan. La municipalidad de Pedro Aguirre Cerda también pone un pequeño aporte semanal de alimentos no perecibles; otros son particulares que vieron por televisión que, en marzo de este año, ya se había conformado una de las primeras ollas comunitarias tras la llegada de la pandemia y ayudan mensualmente, ya sea con dinero o mercadería. El párroco cuenta que incluso “algunas personas decidieron compartir parte de su 10% con el comedor”.  De las once ollas comunes que hay en la comuna de Pedro Aguirre Cerda, siete pertenecen a la Población La Victoria. 

Pero estas siete ollas también se ayudan entre sí. Cristián Reyes lo ve como un espacio de organización colectiva: “nos juntamos cada 15 días para organizarnos, para apoyarnos, para compartir lo que necesita uno y el otro lo tiene”. 

Por otro lado, el sacerdote señala que los aportes no son solo monetarios: “la misma gente de la calle, a la que le llevamos comida en la noche, se encargan de recoger la verdura que queda en Lo Valledor y nos la entregan 2 o 3 veces a la semana; por ejemplo, los pimentones que están picados, las zanahorias que quedaron mordidas, un trozo de zapallo, etc. Entonces, es muy bonito ver cómo la gente de la calle se preocupa de mantener nuestro comedor”. 

El dinero que recolectan lo hacen a través de la cuenta de la iglesia, para que no pase por ninguna persona en particular y sea más transparente. Incluso, dice el párroco, tienen un equipo económico dedicado exclusivamente a hacer las compras y gestionar ese dinero. “Afortunadamente, hasta el día de hoy, nunca nos ha faltado; ni un solo día. A veces hemos estado justitos, pero nunca nos ha faltado. Considerando que entre el almuerzo y la ruta de la calle son 300 comidas y a veces un poquito más, todos los días, es harto lo que se necesita”, cierra el cura Cristián Reyes. 

“Considero a mis vecinos como mi familia”

El recurso de las ollas comunes se ha repetido a lo largo de los años y hoy está más presente que nunca, a pesar de los índices de reducción de la pobreza en Chile en la última década. De acuerdo a la encuesta Casen del 2017, la pobreza del país se redujo casi en un 20%, pasando de un 29,1% en 2006 a un 8,6% en 2017. Sin embargo, estas cifras no representan el sentir de las personas que conviven con el hambre y la miseria día a día. “El país no ha avanzado desde la dictadura, la ayuda no llega a La Victoria, por eso agradezco a los jóvenes que nos ayudaron a despertar en octubre”, comenta Sara Torres.

Así mismo lo ve el Cristián Reyes, padre de la parroquia, quien cree que el individualismo estuvo bastante presente en los últimos años. Ahora, comenta Reyes, “en la crisis vemos la verdadera templanza de las personas y con quienes contamos verdaderamente para sacar la comunidad adelante y eso surgió en el tiempo de la dictadura militar y ahora se volvió a replicar, porque si uno lo mira en concreto: ¿cuáles son las soluciones que el Estado le ha brindado a la gente en la crisis?, ha sido rascarse con sus propios medios”.

Javier Romero explica que las ollas comunes son un fenómeno “contracultural”, esto “porque los diagnósticos y análisis que se hacen de estas formas culturales de vida que nos trae el neoliberalismo, esta exacerbación de individualidad que se da en el sujeto como consumidor, donde es el sujeto aislado el que genera estrategias personales para salvarse. Se vuelve contracultural porque en el fondo lo que se hace es todo lo contrario: es confiar en los demás, es buscar ayuda en los demás, es establecer redes y buscar canales que propician el esfuerzo en común, no solo para salir de la crisis, sino que también para establecer otras redes de apoyo y de colaboración”.

Esto se ve reflejado en el sentir de Sara, que expresa que “considero a mis vecinos como mi familia, aunque no hay lazos sanguíneos. No puedo ver sufrir a nadie porque yo lo viví cuando chica; no tengo estudios, pero sí tengo un corazón solidario”.

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